Como consecuencia indisoluble de la escandalosa proliferación de «medidas» que nos asolan, he decretado, en un alarde de oportunismo y en consenso y primera convocatoria con mi persona, imponer el que decido en llamar «Pase Padentro (o no)», destinado a todo aquel (las señoras quedan excluidas, y sí, podéis llamarme machista, lo acepto encantada), todo aquel, retomo, que pretenda cruzar la puerta de mi sagrado hogar. Primero de todo, la pasta. Quizir: si el nota porta efectivo y se ofrece a untarme sin tapujos y como las buenas formas requieren, derogo automáticamente el decreto por un plazo equivalente a la suma pactada (ver tabla), con derecho a prórroga y bonificación, según consta en mis estatutos. De no cumplirse este primer requisito y (bajo causa de fuerza mayor) hacerse necesaria la entrada, caso de revisión de gas, fontanería, etc., solicitaré, irreductible, me venga el tipejo bien pertrechado con sus polainas de protección individual, su casco y sus guantes, todo adquirido en un proveedor previamente pactado y untado en negro y especie, como manda la tradición picaresca. Ya puesto, adicionaré consumibles extra como papel higiénico, jabón, toalla, vasos desechables, en fin, el surtido habitual, que correrá por cuenta y riesgo del visitante, y cuya compra habrá de producirse en los términos y establecimientos designados por mi persona. Porque a mí, sobra decirlo a estas alturas, me importa lo que ya sabéis la salud de este tipejo tanto o menos que la de su familia. Aquí lo esencial es la tajada de comisiones que yo me apunto en colaboración con los organismos autorizados. Aunque, por qué no decirlo, no menos me motiva una perversión sádica, el puro placer de fastidiar al visitante, de someterlo.

Mi vecino encuentra inviable este Pase Padentro que al final, me dice, tendrá efectos disuasorios. Buscaré alguna maniobra coercitiva, pues ya tengo apalabrados cinco pallets de papel higiénico «Made in PCR».

* Escritor