Toda pandemia termina, por eso en plena quinta onda epidémica cabría preguntarse si esta va a ser la última de esta pandemia. No si el virus va a desaparecer, lo que no parece probable. Las características de esta última onda es que afecta sobre todo a jóvenes menores de 30 años, que la letalidad es muy inferior a las precedentes y que, dentro del proceso de la historia natural del virus, son las variantes debidas a las mutaciones las que predominan. Por otro lado, la presión asistencial hospitalaria -no así la de atención primaria, algo que se olvida fácilmente- es mucho más baja ya que si al comienzo la enfermedad grave afectaba a más de un 20% de los enfermos, ahora lo hace a sólo un 1% y la muerte se produce en dos de cada quince mil casos en jóvenes.

Las medidas para luchar contra la pandemia se pueden resumir en dos: las farmacológicas (las vacunas) y las no farmacológicas (recomendaciones y restricciones) y la probabilidad de enfermar será menor por la inmunidad adquirida por las vacunas, por el efecto protección de grupo que produce la vacuna y porque esa población susceptible es cada vez menor. Pero hasta superar el 80% (antes se pensaba que con un 70% era suficiente pero ya no, como lo demuestra el que siga habiendo transmisión comunitaria en poblaciones con coberturas vacunales por encima del 70%), esa protección de grupo no será especialmente efectiva. Y con respecto a una tercera dosis aún no hay consenso científico sobre si es necesaria, lo que sí está probado es la efectividad real de las vacunas, que rondan resumidamente alrededor de un 90% o más.

Respecto a las restricciones, todas las ondas epidémicas de la covid-19 han sido consecuencia de la relajación de las restricciones, en particular la apertura de establecimientos de hostelería y la ampliación de los horarios y del aumento de la movilidad de las personas. El caso del Reino Unido, donde ha caído abruptamente la incidencia, puede ser una cuestión de inmunidad y protección de grupo o simplemente de comportamiento social preventivo. Por otro lado, no solo la dificultad de implantar las restricciones es jurídicamente cada vez mayor en nuestro país sino que existe una sensación irreal de fin de pandemia, de carpe diem generalizado, una especie larvada de rebelión de las masas orteguiana, y no podemos soslayar que ha sido favorecido por un entorno político que lo estimula con mensajes tan ridículos y grotescos como el concepto de libertad manifestado por algún representante político. Por ello no podemos achacar todo a la responsabilidad individual. La gente hace lo que se le permite hacer (lo que no excluye que muchos hagan más de lo que se les permite).

Al menos hasta el año que viene podemos aventurar que habrá más brotes epidémicos, que la incidencia será cambiante y oscilante aunque seguramente no llegue a los niveles actuales -aunque siempre es arriesgado afirmar esto-, y es posible que haya una sexta ola en invierno; aunque si los niveles ya se acercan al 90% será menos probable y además este virus se ha visto que no responde a cuestiones climáticas y estacionales por ahora, sino que va en paralelo a las restricciones de manera inversamente proporcional: a más restricciones, menos enfermedad y, por supuesto, al contrario.

Asumida ya esta quinta onda epidémica, y con menos instrumentos en manos de los gobiernos autonómicos debido a la judicialización y a las recientes sentencias judiciales, será necesario de cara a los próximos meses del año alcanzar altas coberturas de vacunación, seguir las recomendaciones preventivas y consensuar a nivel nacional medidas restrictivas eficaces en poblaciones de alta incidencia, aunque lo ideal sería no tener que esperar a esas altas incidencias para implementarlas. Y vacunar cuanto antes a los más jóvenes abriendo ya los grupos de edad a todos ellos en los que está aprobada la vacuna.

Parece obvio que en estos momentos se ha impuesto la economía, pero eso también es una ficción interesada pues precisamente el no controlar esta quinta ola ha producido un daño sensible en el turismo que no hubiera ocurrido con otros niveles de incidencia y prevención. También ¿por qué no decirlo?, medidas no farmacológicas como el rastreo han perdido efectividad por una cierta tolerancia, una información no siempre adecuada y quizás una tendencia a minimizar los riesgos. Todo ello producido por ese cansancio epidémico y social que a todos afecta.

*Médico epidemiólogo. Experto en virus emergentes