Como ya he escuchado en algún cenáculo, y si los incendios sicilianos no aguan la fiesta, este es el año de Italia. Gana Eurovisión con una composición que es el reverso del calcetín del almíbar sesentero de Gigliola Cinquetti; le birlan a los ingleses su Eurocopa y su complejo de superioridad en el mismísimo Wembley. Y el acabose ha sido que el cetro de Usain Bolt no se ha quedado en Jamaica o en el ansiado desquite de los norteamericanos, sino que ha volado al país trasalpino. No es la primera vez que los azzurri irrumpen en la velocidad. Pietro Mennea se llevó el oro en la carrera de doscientos metros de los Juegos de Moscú, aunque aquellos fueran unos Juegos descafeinados porque USA le dijo nanay al oso ruso por invadir -trágica reminiscencia- Afganistán.

Decididamente, y aunque el medallero lo encabecen los mismos, estos van a ser unos Juegos más heterogéneos. Un tunecino ha pescado un oro en la piscina olímpica. Y el primer cuatro por cuatrocientos mixto lo ha ganado Polonia, una cucharadita de justicia poética para una de las naciones europeas que más al tran tran marcha en diversidad sexual e igualdad de género.

Los italianos tienen la virtud de pescar en río revuelto. A vistas de la impronta supremacista del trumpismo, estos son unos Juegos Fary, trufados de competidores blandengues. Simone Biles estaba llamada a ser el dulce pájaro de juventud de la memoria, musculando de color aquellos dieces del virtuosismo de Nadia Comaneci. Hoy, los rumanos respiran más libertad que en los tiempos del Conducator Ceaucescu, pero los lazos gigantescos de sus gimnastas ya no asoman por el pódium. Tremenda dicotomía la de transformar la debilidad en valentía a costa de la salud mental. Simone Biles ha abierto con la psique una suerte de caso Bosman, denunciando que más lacerante que el sacrificio físico es la tiranía de la expectativa, el horror vacui del fracaso cuyo listón fijamos categóricamente en no superar lo ya conseguido.

El hombre es un ser competitivo, que de serie lleva incorporada esa condición en el hipotálamo. Si el agua tiende a buscar su cauce, no es menos cierto que cualquier vacío en la escala humana tiende a ser ocupado por otro. Es más que obvia esa fruición en el poder, pero no es menos llamativo el deporte como escaparate de la gloria, el colesterol bueno de unas ambiciones basadas en la superación y el esfuerzo. No hay que caer en la hipocresía de banalizar la tensión. Intenten derivar esa apreciación hacia un falso buenismo mientras preparan unas oposiciones o luchan -sí, luchan- por cualquier puesto de trabajo. Lo relevante de la doctrina Biles ha sido la puesta en valor de la salud mental -aquella con la que Errejón actuó como profeta en el hemiciclo-. Porque hay traumatólogos que hacen la milagrería de adelantar en semanas el toque de balón. Sin embargo, las lesiones del alma son más difíciles de cicatrizar. En el ámbito laboral, existe una consolidada doctrina para identificar los factores de riesgo para evitar la siniestralidad, pero aún se desdeña la evaluación de los factores psicosociales. Bien está reivindicar -vindicar nuevamente- la mente sana como dualidad de la satisfacción, dado su sitio a la teresiana loca de la casa. Por mucho que intentemos ningunearla bajo metas hedonistas o espartanas, la mente es la guardiana de nuestra felicidad. Hay que cuidar esa cabecita loca, que alborota todo lo que toca, y a la que debemos querer cada día más.

* Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor.