En todas las épocas de la Edad Contemporánea, los centros de poder político han producido perlas muy bien ornamentadas de errores y desvaríos y hasta, a las veces, exageraciones y eutrapelias del mayor tamaño. En nuestro país en tiempos de mayor cultura y afección parlamentarias, los informadores y cronistas periodísticos daban a la luz artículos muy sabrosos acerca de las excentricidades o yerros descomunales extraídos de sus actuaciones en los foros y tribunas, incluidos los de mayor prestigio, como los escaños y sitiales del Congreso y Senado.

Ni siquiera en la segunda dictadura militar del novecientos hispano dejaron de cultivarse dichas perlas. El ministro José Solís (1913-90), «la sonrisa del Régimen» y de insuperable honestidad económica en el ejercicio de sus funciones, educado en la Universidad de Deusto, llegó a hablar un día, como es bien sabido, de aligerar o suprimir el Latín del Bachillerato del tardofranquismo a la búsqueda de una formación más utilitaria. El ideólogo por aquellas kalendas más acreditado del ya falangismo residual, el catedrático de Filosofía Adolfo Muñoz Alonso (1915-74), respondería a su propuesta que, aparte de otros saberes y conocimientos, la lengua del Lacio servía para denominar a los nacidos en el atractivo e incomparablemente bello pueblo de Cabra, cuna del propio ministro, de egabrenses...

En un plano de mayor gravedad, en días muy recientes, la acaudalada responsable bilbaína del Ministerio de Educación hasta hace escasas semanas dio en la flor de criticar ásperamente el diseño normal de la enseñanza de la Historia impartida en escuelas, colegios e institutos como una retahíla sin sentido de fechas y efemérides sobresalientes, con preterición de lo auténticamente importante que es el sentido de los procesos históricos en que aquellas se engarzan y cobran intelección. La tesis de la señora exministra Celáa es de todo punto razonable y lógica, por supuesto. Pero también muy limitada y alicorta e incluso un poco arbitraria. El más grande de los estudiosos franceses que llevaron a cabo la revolución historiográfica de comedios de la centuria pasada, el marxista de impecable pedigrí, Georges Lefebvre (1874-1959), afirmaba continuamente que «sans erudition, pas d’Histoire». Con carencia de relato colmado de datos fehacientes y bien elaborados, es imposible de arquitrabar una interpretación o análisis historiográfico fundamentado y de valor.

El que desde la infancia primera juventud se intente impartir a los alumnos una enseñanza acerca del pasado remoto y próximo basada en el saber de los hechos políticos, bélicos y culturales de mayor resonancia y audiencia en las generaciones que nos han precedido en la aventura humana, constituye el procedimiento más viable y legítimo para edificar sobre firmes cimientos una visión válida y sólidamente argumentada de algo tan difícil y complejo como es la disciplina histórica, de otro lado, indispensable para la buena marcha de pueblos y sociedades. Dada la trascendencia del asunto vuelto al primer escenario de la actualidad por las declaraciones estivales de la antigua integrante de un Gobierno siempre muy fértil en sugerencias y proyectos, será obligado volver sobre él.

* Catedrático