Pegasus era en la mitología griega el caballo alado de Zeus. Ahora vuelve a la actualidad como un guión de película de acción y suspense, pero basada en hechos reales que, como siempre, superan cualquier ficción. Desde luego que no le faltan alas al programa desarrollado por una empresa tecnológica israelí llamada NSO Group, que ha hecho negocio y ha sido vendido a gobiernos dictatoriales y algunas democracias, como los de Azerbaiyán, Baréin, Kazajistán, México, Marruecos, Ruanda, Arabia Saudí, Hungría, India y Emiratos Árabes Unidos y otros clientes, sin especificar demasiado, entre los que sabemos existen numerosas agencias públicas de seguridad y clientes privados, quienes a través de dicho programa han espiado a más de 50.000 líneas telefónicas de 189 periodistas, más de 600 políticos y Jefes de Estado, miembros de diversas casas reales, 65 empresarios y 85 activistas sociales de todo el mundo. Como ha revelado el «proyecto Pegasus» de investigación, desvelado hace unos días, tras el que existe un consorcio formado por 80 periodistas de 11 países. Y seguro que sólo es la punta del iceberg y son muchísimas más las víctimas de este espionaje. Es el ojo que todo lo ve, lo lee y lo escucha.

Como en aquella película del 2006 ambientada en el Berlín Oriental, siempre nos ha interesado La vida de los otros. Nuestra seguridad y nuestra privacidad está completamente al descubierto, aunque algunos prefieran ignorarlo. Estamos perfectamente geolocalizados, se filtran e investigan nuestros mensajes de correo, nuestras consultas de internet, nuestras búsquedas y los comentarios de redes sociales, nuestras compras y hábitos, nuestras llamadas de teléfono. Sirve de poco que formalmente sea un delito y las comunicaciones sean privadas. La excusa siempre comienza con un plus de seguridad, con la lucha contra los malvados, para luego continuar espiando a la oposición política, añadir a quienes influyen en la comunicación mediática y controlar a quienes manejan las finanzas y la economía del mundo, para terminar intentando silenciar y chantajear cualquier oposición que limite los grandes poderes. Cuidado, porque la célebre «razón de Estado» que se utiliza, no suele ser el estado de la razón, que se demuestra.

Ahí está el hackeo global que rompió cerca de 100.000 cuentas comerciales de Microsoft en todo el mundo a principios de año. Y las «fugas» de seguridad de las redes sociales cada vez más frecuentes. Unos culpan a Rusia, otros a China, pero el programa espía puesto ahora al descubierto es de origen israelí y ha sido vendido y utilizado por numerosos gobiernos y agencias de seguridad. Está claro que ya no se necesitan bombas ni tanques para controlar el mundo, sino satélites y software sofisticados. ¿Es el eterno debate entre seguridad a cambio de nuestra libertad? ¿Volveremos a legitimar a Thomas Hobbes y su Leviatán? Realmente nos sentimos prisioneros de las tecnologías e impotentes ante las amenazas de todo tipo que se ciernen sobre nosotros, de las que no somos conscientes en esta aparente normalidad por la que transitamos ufanos a todo ello. No deberíamos bajar la guardia en la protección de nuestras libertades y la denuncia de sus atropellos. Recordando el clásico pensamiento de Benjamín Franklin, aquellos que renuncian a una libertad esencial para conseguir un poco de seguridad, no merecen ni libertad ni seguridad.

* Abogado y mediador