Cada día que pasa tengo más clara la sensación de que el universo en el que vivimos no es un mundo físico material sino algo más parecido a una simulación generada por ordenador. Eso explicaría tantos enigmas, resolvería tantas contradicciones aparentes y confortaría tantos espíritus deprimidos y angustiados por la inevitabilidad de la muerte, que sería una verdadera pena que esta vida no fuera un simple juego de ordenador, diseñado por algún dios caprichoso o por alguna compañía especializada en la construcción de universos virtuales.

Debo admitir que desde niño me sedujeron las grandes preguntas sobre el origen de todo: el origen del universo, el origen de la vida, el origen del hombre, el origen de la conciencia. Y pronto me sumé a la búsqueda de una respuesta a todas esas preguntas asumiendo la actitud de la ciencia y su método. Pero la ciencia, al menos por el momento, aunque es muy buena haciendo predicciones sobre el comportamiento del universo de andar por casa, no ofrece respuestas inequívocas a esas grandes preguntas sobre el origen de todo. Y sobre las cosas verdaderamente fundamentales no sabemos nada. No sabemos si el tiempo, el espacio, la materia, la energía y las fuerzas son algo real o simples metáforas. La cruda verdad es que no sabemos de qué está hecha la realidad. No sabemos qué es todo esto.

En realidad, esa intuición mía de que vivimos una vida virtual en un universo virtual tiene numerosos antecedentes teóricos y algunas posibles pruebas basadas en observaciones y experiencias científicas. Existe toda una colección de ideas y teorías englobadas desde hace décadas en lo que se conoce como física digital, y a la que han contribuido nombres como Konrad Zuse, Edward Fredkin, Gerard ‘t Hooft yJohn Archibald Wheeler, entre otros. Esta física digital entiende que el universo o lo que llamamos realidad, podría ser (en una versión blanda de la teoría) algo real que se comporta como un ordenador o (en una versión más dura y heterodoxa) una simulación virtual ejecutándose en un ordenador. La primera opción explicaría parte de las rarezas observadas en el comportamiento de los átomos y las partículas subatómicas en el ámbito de la mecánica cuántica. Pero la segunda, además de eso, afecta profundamente al significado de la realidad, al sentido de la vida, y permite de un plumazo asumir con tranquilidad nuestro destino fatal y trascender la muerte. Por eso yo, personalmente, prefiero esta versión más dura y heterodoxa de la física digital. Tras mi muerte, me gustaría despertarme mientras desconectan mi mente de alguna máquina, sobresaltado por la experiencia, pero feliz al darme cuenta de que todo fue un juego.

Hasta que nos llegue ese momento de experimentar la muerte no sabremos qué es la vida. Mientras tanto solo podemos especular sobre algunas de esas posibles evidencias que nos ofrece la ciencia, sobre todo las ciencias de lo muy pequeño, como la mecánica cuántica. Siguiendo el análisis que hace Ross Rhodes sobre este asunto, hay varios fenómenos que apoyan la idea de un universo virtual: 1. Las ondas cuánticas como la luz parece que no necesitan un medio material para propagarse. 2. Los objetos reales como los átomos o los electrones parecen moverse o cambiar de estado a saltos. 3. El comportamiento como onda o partícula del electrón o del fotón depende de que haya una conciencia observando y de lo que ese observador espere o quiera encontrar. 4. Algunos objetos reales parecen estar coordinados sin contacto directo y a distancia. 5. Las partículas subatómicas como el electrón parecen réplicas idénticas. 6. Todo en el universo tiene un comportamiento extrañamente matemático. Estos fenómenos son comunes, por ejemplo, dentro de un videojuego, en el que todo lo que ocurre está hecho de pixeles, unos y ceros, diseñado y ejecutado de forma lógica y matemática pensando en el observador, que es el jugador protagonista de ese universo en el que se sumerge para jugar una o mil vidas.

* Profesor