La reciente y brutal agresión en el Metro de Madrid a un sanitario que pidió a un joven ponerse la mascarilla nos trae ecos oscuros de la pandemia. Nadie puede negar que ésta ha sido un verdadero experimento científico-sociológico, el cuál, entre otras cosas, nos está mostrando en qué estado evolutivo se encuentra nuestra sociedad. O dicho de otra manera, cómo progresamos como seres humanos. Lo de algunos jóvenes sin mascarilla no es nada nuevo. Esto ha venido sucediendo a lo largo de todo este proceso pandémico. También ha habido adultos negacionistas. Pero lo que ha diferenciado a unos de los otros ha sido la violencia inopinada con la que han reaccionado cuando alguien les ha conminado a que se pongan la mascarilla. El hecho violento que reseñamos al principio no es ni mucho menos aislado. Las noticias sobre agresiones por parte de jóvenes que han agredido a personas que le han requerido que se pusieran la mascarilla han sido prolijas, graves y contundentes. Se ha llegado a agredir a agentes policiales, como por ejemplo sucedió en el mes de mayo en el Metro de Barcelona en el que dos jóvenes agredieron a dos Mossos. Muchos hemos sido testigos de jóvenes que no se han puesto la mascarilla durante la pandemia y a los que por mor de esas noticias violentas nos hemos pensado muy mucho espetarles la oportuna frase de «¡ponte la mascarilla!». No son ni mucho menos una gran mayoría de jóvenes, los cuales sí respetan las medidas de seguridad sanitaria, pero no está el centro del asunto en el número, sino en el análisis de la causa de esa extrema violencia a la vez desproporcionada contra, probablemente todo lo que representa cierta autoridad hacia ellos. Algo debemos de estar haciendo mal en la educación de ciertos jóvenes cuando por el simple hecho de pedirles que se pongan la mascarilla reaccionen sin el más mínimo argumento ideológico de cambiar el mundo propio de la juventud y sí con una violencia deshumanizada e ignorante.

 ** Mediador y coach