Se suele decir que «el capitalismo crea desigualdades sociales, y el comunismo reparte miseria». No se trata de sistemas, sino que en el fondo se está tratando de la libertad, del rebaño que se sale del redil. Es una tentación de gobernantes marcarse como objetivo el controlar y procurar que el pueblo no se altere, hasta que se altera pues la dignidad de la persona está por encima de ideologías políticas. En la orwelliana 1984 los ciudadanos eran conscientes de que estaban siendo sometidos. Sin embargo, en la actualidad no tenemos esa consciencia de estar siendo dominados. En la sociedad contemporánea, la diferencia se considera un problema y se intenta anular con una búsqueda permanente de la uniformidad. Según esta lógica, los grandes poderes fácticos necesitan que todos seamos iguales, que tengamos unos gustos idénticos y unos hábitos similares. En este paradigma, vivimos en una época de conformismo radical. Las escuelas no acogen alumnos, sino a clientes. Ya no fomentan el pensamiento crítico, ni forman intelectual o moralmente a los jóvenes. Su único objetivo es formar a sus clientes para que puedan servir a lo políticamente correcto y que la gran maquinaria mundial siga funcionando. El coronavirus también está alimentando a los autócratas que se aprovechan de la situación de emergencia para sobrepasar líneas que debilitan la democracia y los derechos ciudadanos. La sociedad post pandemia, se encamina peligrosamente hacia un régimen de vigilancia biopolítica, biopoder (las nuevas formas de autoridad imponen su criterio y sus normas a la población, de modo que esta las sigan incluso creyéndose libres). Sus comunicaciones y hasta su estado de salud se están convirtiendo en objetos de vigilancia digital. Y muchos ciudadanos justifican esa vigilancia que limitan la libertad individual, por miedo a nuevos contagios. Así con esta introducción podemos comprender lo que está sucediendo en Cuba y alguna otra nación, que han dicho basta de realidades virtuales, y de discursos con promesas incumplidas. Y es que el pueblo cubano, a pesar de las restricciones por el aumento de contagio con el covid-19, ha salido a la calle en los últimos días, protestando públicamente, expresando su malestar por el deterioro de la situación económica y social que vive el pueblo. Ante esta situación, los obispos cubanos, con buen criterio, han emitido un comunicado, dirigido a todos los cubanos de buena voluntad, en el que dicen que «no podemos cerrar los ojos o entornar la mirada, como si nada estuviera sucediendo». Reconociendo las medidas del gobierno para paliar la situación, los obispos afirman «que el pueblo tiene derecho a manifestar sus necesidades, anhelos y esperanzas y, a su vez, a expresar públicamente cómo algunas medidas que han sido tomadas le están afectando seriamente». Descartando que el camino a seguir sean las imposiciones o la confrontación, proponen como salida «la escucha mutua, se busquen acuerdos comunes y se den pasos concretos y tangibles que contribuyan, con el aporte de todos los cubanos sin exclusión, a construir la Patria ‘con todos y para el bien de todos’».

** Licenciado en Ciencias Religiosas