Desde luego es un seductor con su palabra y con su porte (ese charme que dicen los franceses). A mí me sedujo hace ya no sé cuántos años y aún hoy, y a pesar de que nos vemos de higos a brevas, me sigue seduciendo. Es un maestro en el arte del pensar y en el de comunicar y, sobre todo, en el arte muy, pero que muy complejo, de lo que media entre pensar y decir. Ramón Román, catedrático (en su caso, merecidamente) de Filosofía de la Universidad de Córdoba, al que ya me referí en mi anterior artículo, presentó su tercera edición de La terapia de lo inútil, ensayo que apareció en 2014 pero que, dadas las circunstancias que atravesamos desde hace más de un año, se ha vuelto de rabiosa actualidad y, por eso, Raúl Alonso, su editor, ha considerado oportuno relanzar el volumen con un nuevo prólogo.

Sólo a Román se le puede ocurrir decir, en el diálogo que mantuvo durante esta nueva presentación de su libro con nuestro filósofo cordobés más mediático, José Carlos Ruiz, y hablando de la sociedad de la desinformación en la que nos encontramos sumidos absolutamente todos, que sería bueno que aparte de las estadísticas que consumimos a diario sobre las malditas muertes que se producen debidas al covid-19, tuviéramos en cuenta también las que se producen debidas al consumo excesivo que hacemos del sillón, sentados frente a una pantalla. El sedentarismo mediático del que hoy somos presa fácil puede producir y, de hecho, produce en nuestro organismo un buen número de enfermedades, algunas de las cuales pueden revestir tal gravedad que conduzcan hacia un destino no deseado y en algunos casos, incluso, prematuro. Trombosis y otras enfermedades cardiovasculares, neurosis, depresiones, ansiedad, problemas de sueño, problemas de rendimiento académico en los jóvenes, déficit de atención, obesidad, diabetes y podría seguir… Pero nadie ha hecho aún una estadística sobre esta cuestión y se me antoja que sería muy necesaria.

Permanecemos horas y horas apalancados frente una pantalla en la que, de cuando en cuando, se nos informa sobre hábitos de vida saludables justo a a través de quien nos está generando precisamente el que no los tengamos. Como si la enfermedad fuera la cura, como si quien nos castigara nos perdonase al mismo tiempo, sólo que parece que hemos elegido seguir castigados. Algo parecido a morir por Telecinco (u otras cadenas de televisión, plataformas y otros inventos del mismo estilo) es lo que está ocurriendo con el descontrol generalizado en las decisiones que sobre esta pandemia están tomando nuestras instituciones. Cuando las ideas no están claras, y la sociedad de la desinformación ha contribuido sobremanera a esta cuestión, se dan palos de ciego por todos lados. ¿Era un secuestro lo que padecían algunos de nuestros jóvenes cordobeses en Mallorca? ¿Es legal que se encontrasen retenidos (aunque una jueza dictase que no para aquellos que habían dado negativo en las correspondientes PCR)? Si tú fueras el padre de uno o de una de estos jóvenes, ¿cómo actuarías? ¿Estamos realmente bien informados sobre la situación que vivimos? ¿Nos están ocultando información o nos proporcionan la información que quieren las distintas cadenas dependiendo de la ideología política de quienes sean esclavas?

Entiendo perfectamente que ante una sociedad como la nuestra, Román se sitúe en el lado del pesimismo, sobre todo en lo que se refiere a la muerte de las Humanidades. En una sociedad como la nuestra, en la que ya no existe la verdad (Nietzsche ha vencido frente a Platón, aunque tampoco éste era tan imbécil como para situar la verdad en el espacio y el tiempo), y en la que no queremos ya ni pensar, ni leer, ni decir, sino sólo quedar hipnotizados frente a una pantalla, deberíamos al menos comenzar también a contabilizar, porque es de justicia, las muertes por Telecinco.

* Profesor de Filosofía | @AntonioJMialdea