La pandemia parece habernos introducido un cambio de comportamiento social ante ciertas situaciones externas masivas. El domingo pasado, al atardecer, el centro de la ciudad estaba casi desierto. Antes del coronavirus por más calor que hiciera las terracitas siempre se aparecían al viandante más osado, como esos pequeños oasis cosmopolitas donde no sólo atenuar el bochorno, sino para testimoniar que la vida sigue a pesar de la caló. Ahora ni terracitas, ni viandantes, y ya no digamos japoneses que han sido los que le han hecho creerse a más de un senequista cordobés que La Mezquita, Catedral, es Patrimonio Mundial de la Humanidad.

Pero a lo que vamos. Ahora hemos adoptado las más estrictas medidas de confinamiento pandémico que hemos asimilado durante la pandemia del coronavirus. Tal vez nuestros hogares tengan ahora más que ofrecernos que antes. O, quizá, hayamos descubierto lo que ya teníamos y no veíamos por esa cultura del ocio extramuros que tan bien teníamos asimilada antes de confinarnos. Algunos vivimos en la infancia aquellos veranos con ventilador y televisión en blanco y negro. Eran las armas de destrucción masiva contra las olas de calor más sofisticadas que teníamos. Tal vez por no ser tan contundentes como las de ahora con el aire acondicionado e internet, los atardeceres al aire libre en las terrazas de los bares y los cines de verano eran la opción sacrosanta de las tardes y veladas del verano cordobés. Aunque me consta que en algunos barrios castizos de la ciudad se resisten a convertir en historia esos meses del julio cordobés de toda la vida, con sus veladores regados y sus cines de verano anunciando no sólo la película de estreno, sino una noche en familia. Está claro que superar la pandemia también consiste en recuperar nuestro estilo de vida.

* Mediador y coach