Es imposible que una ciudadana de a pie sin ningún tipo de prerrogativas pueda ni tan siquiera aproximarse a usted, cuando un saco de interrogantes pesa sobre mis espaldas. No obstante, esta columna me sirve en bandeja alguna de las que me resultan más acuciantes y que usted no leerá, pero puede que a alguien de su gobierno le hagan tilín. Estoy al corriente de la revalorización de las pensiones y, bueno, algo es algo o casi nada, pero ¿no se han planteado nunca lo poco o nada que solucionan unos euros más o menos? Porque el jubilado, solo en muchas ocasiones, tiene que seguir pagando impuestos, luz, comunidad y, lo que es peor de todo, medicamentos que son muchos los que precisan y muy pocos los recetables que no alcanza a poder adquirir. Un simple espray para sinusitis le cuesta treinta euros, unas gotas para los ojos, otros tantos y no digamos el gasto de otras necesidades que no me parecen procedentes citar aquí, pero que suponen un auténtico suplicio para el mayor al no poder adquirirlas. Estos mayores, señor presidente, usted lo sabe bien, son los que levantaron a España tras aquella cruel guerra civil, trabajando, yo he sido testigo, de sol a sol en esta nuestra cálida Andalucía, y rascando aceitunas en tierras heladas en los inviernos, careciendo de todo y criando cuadrillas de hijos que, sin hablarles mucho de valores, son los honrados trabajadores de hoy día, muchos ya jubilados también. Hace falta empatía, señor presidente, en todos los gobiernos, y tratar de cobrar eso que llaman pensión máxima, o mejor, la mínima y que prueben en sus propias carnes estos duros rigores de los jubilados que se tienen que seguir refrescando con el abanico de siempre o el agua del botijo y sufriendo carencias de todo tipo porque aún con esa revalorización tan sonada, no les llega ni al segundo día del mes. Rebájele o quítele tantos impuestos y, de cajón, medicamentos, gratis.

* Maestra