El 14 de julio es la Fiesta Nacional en Francia. Recuerda los acontecimientos de ese día en su revolución de 1789, pero asimismo se convirtió pronto en una referencia para todos los países europeos que poco a poco se incorporaban a un modelo parlamentario con división de poderes y abandonaban los sistemas de monarquías absolutas. Por ello no resultó extraño que, proclamada la Segunda República de 1931 en España, cuando mediante un decreto del 28 de junio fueron convocadas elecciones a Cortes Constituyentes, en él se estableciera que la apertura de las mismas tendría lugar el 14 de julio. Y así fue, a las siete menos diez de la tarde se iniciaron las sesiones de aquellas Cortes unicamerales con la designación de los miembros de la mesa de edad, cuya presidencia recayó en Narciso Vázquez de Lemus, el cual no solo era el diputado de más edad, también había sido el que más votos había obtenido en toda España. A continuación se leyó la lista de los diputados encargados de recibir al Gobierno provisional, al cual acompañaron hasta el salón de sesiones, donde fue recibido con grandes aplausos.

Tomó entonces la palabra el presidente del Gobierno, Niceto Alcalá-Zamora, quien recordó que la voluntad del gobierno era resignar sus poderes ante las Cortes y dar cuenta de su actuación desde el mes de abril hasta ese momento (lo cual se realizaría en la sesión del 28 de julio). Pero en este discurso de apertura habló desde la emoción y desde el convencimiento «de que en el día de hoy se escribe con un intenso subrayado una página de la Historia». Su primer reconocimiento fue para quienes habían dado su vida en el mes de diciembre de 1930 en Jaca, al tiempo que se remontaba hacia el pasado, porque su pretensión era evocar toda la historia constitucional de España: «La República española no es solo la hermana de los mártires de la tragedia pirenaica; la República española es la nieta, la biznieta de Riego, de Torrijos, de cuantos sufrieron la muerte luchando contra las perfidias fernandinas». También había gratitud para los «constituyentes ingenuos» de 1812, así como para los de 1855, 1869 y 1873. En consecuencia, presentaba a la nueva República como una revolución que cerraba el ciclo de todas las anteriores. Alcalá-Zamora, en nombre del gobierno, señaló que este aportaba dos cosas: lo que denominaba como una «República intacta», es decir, «segura, indiscutible, afirmada, puesta a prueba», y en segundo lugar una «soberanía plena», porque el nuevo Estado había nacido «como Estado soberano que es dueño de sus destinos». Por último llamó la atención acerca de que los constituyentes debían llevar a cabo «la escultura constitucional de España», al tiempo que deseaba que su obra oscureciera la del propio gobierno, y entre sus últimas palabras estaba un llamamiento al conjunto de los diputados: «sed bien llegados; sentid el patriotismo por impulso, tened el acierto en vuestros designios, y como máxima recompensa, sed dignos de recibir la gratitud de la patria y de gozar de la propia conciencia».

Terminado el discurso, se interrumpió la sesión para asistir a un desfile militar en la carrera de san Jerónimo, y de vuelta, a las ocho y treinta, se procedió a la elección de presidente de las Cortes, cargo que recayó en el socialista Julián Besteiro, quien consiguió 363 votos de los 371 diputados asistentes. Pronunció un breve discurso donde resaltaba que al elegirlo, más que concederle una merced, le habían impuesto un deber que aceptaba gustoso. La sesión finalizó entrada la madrugada. Mañana se cumplen noventa años de aquella sesión histórica; aquellas Cortes fueron capaces de alumbrar una Constitución democrática en algo menos de cinco meses y durante aquellos días se escucharon algunos de los discursos más relevantes de la historia del parlamentarismo español.

* Historiador