Últimamente tenemos un aluvión de anuncios en televisión que nos quieren convencer del elevado desempeño social y medioambiental de todo tipo de empresas; creo que ya todos conocemos la campaña publicitaria de una determinada cerveza donde la chica guapa se enamora de un voluntario y no del famoso actor, o el de varios bancos donde nos intentan convencer de su preocupación por las personas. Igualmente, resultan destacables los logotipos de muy diversas compañías con los colores del orgullo gay que se han exhibido este mes. Esta corriente viene ya de largo y el otro día leí una frase que me llamó la atención donde se destacaba que las empresas se iban separando del objetivo de maximizar el beneficio (hoy en día se habla de crear valor para los propietarios de la empresa), un objetivo capitalista, hacia objetivos de carácter más social y medioambiental, pero ¿en serio es eso?

Estas ‘nuevas’ preocupaciones empresariales se engloban, en gran medida, en el concepto de Responsabilidad Social Corporativa (RSC), cuestión con la que he tenido últimamente más contacto a través de una investigadora que conozco, con amplios conocimientos sobre el tema, y un doctorando (vaya el artículo para ambos). Este concepto surge en los años 90 y bebe de la necesidad de incluir el medioambiente dentro de las discusiones de carácter más económico, es decir, introducir el carácter finito de muchos recursos naturales o su imposibilidad de reproducción debido a la sobreexplotación en aras del crecimiento económico. En realidad, este tipo de preocupaciones se incentivan en los países desarrollados porque la sociedad alcanza determinados y elevados niveles de desarrollo económico y bienestar a partir de los años 70; de modo que, el ser humano pasa a preocuparse por eso cuando ya tiene satisfechas sus necesidades básicas e incluso un poco más. A partir de aquí las empresas van tornando, encaminando sus actividades para que conjuguen no solo aspectos económicos y jurídicos sino también éticos.

Por tanto, la sociedad cambia, lo que hace que cambie su demanda como consumidores (ahora estamos más concienciados) y las empresas se adaptan, siendo la intención de esta adaptación el seguir vendiéndonos lo más posible. Y es aquí donde a mí me surge la pregunta de si su objetivo deja de ser el beneficio en pro de actuaciones más sociales y ambientales, o son estas actuaciones más sociales y ambientales las que les van a permitir continuar maximizando sus beneficios. La verdad es que yo me inclino por la segunda opción, la RSC como actuaciones que demandan los consumidores y, con ello, la forma de seguir vendiendo. De este modo, podemos entender la RSC como una forma más de adaptación del capitalismo, aunque hoy en día creo que hay muy pocos sistemas capitalistas en sentido clásico, Hong Kong o Singapur quizás, ya que en la mayoría de los países desarrollados existen innumerables legislaciones nacionales e internacionales que coartan y limitan la libertad económica, además de estados gigantescos con incidencia directa en el crecimiento económico, y si consideramos que la libertad es una premisa fundamental del capitalismo, pues como que se cumple de forma bastante restringida. Desde luego, España no es un país capitalista en sentido clásico, no sé si se ha inventado algún nuevo término como pseudo capitalista o medio capitalista-más estatista, porque tampoco creo que lleguemos a una economía mixta donde el Estado alienta al desarrollo del sector público y privado, no se dedica a agigantar el primero a costa del segundo.

Esto no significa que la preocupación por la RSC de las empresas haya sigo algo negativo, sino todo lo contrario. Incorporar aspectos de este tipo a nuestra economía es muy bueno para nosotros como sociedad, y para nuestro bienestar futuro, siempre que no nos pasemos de frenada; es decir, está muy bien ser ecológicos en la Unión Europea, pero si luego nos hinchamos de comprarle a China que emite más gases contaminantes y plásticos que toda la UE junta, pues estamos haciendo un poco el tonto. Vamos que si estas empresas compran sus materias primas a China, pues no nos están contando la verdad; y, desde luego, muchas de estas empresas le compran sus materia primas a China. Son como aquellas personas que les parece bien la subida de la luz para concienciarnos medioambientalmente y luego todo lo compran por AliExpress; o como lo de los logos con los colores del orgullo gay, que he mencionado con anterioridad, que las empresas no los han usado en países donde la homosexualidad está penada. Pues al menos hipócritas lo son. Y cada vez extrañan menos este tipo de hipocresía, pero la UE y España estamos a la cabeza de las tonterías.

**@msalazarord. Profesora de Economía financiera Universidad de Córdoba