Desde luego, la arrogancia no es un atributo de los pusilánimes. Fiel a Sy carácter provocador, Luis Enrique posó en una de las ruedas de prensa con una camiseta del Naranjito. De casi sacar a la Virgen en parihuelas elevando rogativas para acabar con la sequía goleadora, a encadenar dos manitas e igualar nuestros mejores registros en un campeonato. Lo del Naranjito es manitú. Luis Enrique no se emperchó una zamarra con el Waka Waka o las reminiscencias sudafricanas de las vuvuzelas. Tiró del altar de la cutrez, naranjas y limones incluidos, ese manga capítulo que debía simbolizar el triunfo de España en su propio Mundial. Poco se podía hacer con un entrenador tan triste como Santamaría, menos aún empatando con El Salvador. Pero aquel 82 no sólo fue un año mágico para los felipistas.

Aquellos vástagos del aporte del Baby boom celebramos nuestro viaje de fin de estudios cuando el CLUB aún no era tan añejo como hablar de las chicas del PREU. Vista con la perspectiva del tiempo, fue una época de calma chicha, zarandeado eso sí por la barbarie etarra. Pero el mundo se había acostumbrado a que no molaba el Pacto de Varsovia y el peligro venía de la Contra y los ayatolás. Ni la Selectividad llevaba al borde de un ataque de nervios a una muchachada vestida con la clá del Un, Dos, Tres, ñoños a mucha honra que se debatían en una calenturienta ingenuidad. Un gol por la escuadra al ideario religioso del Colegio, aquella cena con espectáculo como postre, incluido el playback y un figurinismo hormonal cuando el mundo trans todavía se encontraba en el pleistoceno. En esa época en la que imperaban Pajares y Esteso no podías pedirle a unos mocosos que hablasen de diversidad sexual, sino de cuestionar allende las bambalinas la autenticidad de unas tetas.

Queda la ucronía de trasladar aquellos días la cayetenada mallorquina, o viceversa. Habría existido, supongo que como ahora, diversidad de opiniones. Pagafantas que se habrían tapado el rostro con un pañuelo porque en España no estilábamos en esos años las P2. Apretados en la habitación jugando al cinquillo dado que los bazares de Canarias aún tardarían un tiempo en recibir la Nintendo. Otros, sin embargo, se habrían tomado el mundo y las playas de las Canteras por montera, deslizándose por los balcones con algunas algaradas libertarios con menos capachos de pseudo constitucionalidad, ya que la nostalgia de Franco la olían algunos a la vuelta de la esquina.

Ahora estos baby boomers, en palabras oficiosas del Ministro Escrivá, enfilan el caminito de la jubilación. Metedura de pata su advertencia sobre esta banda ancha generacional, aunque los cánones tradicionales no valen para este Gobierno, tornadizo en sus declaraciones. El mecanismo de equidad intergeneracional es unos de los mejores eufemismos fabricados por el Ejecutivo, que en el lenguaje de las películas de Ozores vendría a ser a joderse tocan. No hace falta invocar a Nostradamus para intrigarse con este gatillazo de profecía ministerial. Está claro que esta banda ancha tendrá que asumir un sobrecoste en esta turbulencia de las pensiones. Falta sin embargo pedagogía y la lucidez de las contraprestaciones ante un colectivo que también es mayoritario en cuanto a la decantación de las urnas y a la que le quedó muy atrás el tiempo de las chiquilladas. La equidad pasa también por el respeto y la proporcionalidad y que en ese temido descuadre del presentismo no nos tomen por Pagafantas.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor