EEl pasado mes de octubre, cuando Vox presentó una moción de censura, Pablo Casado le dijo a Abascal: «Hasta aquí hemos llegado». Si analizamos lo ocurrido desde entonces, parece pertinente plantearse la pregunta de hasta dónde pretende llegar Casado, y con él su partido, es decir, la derecha que se presenta a sí misma como constitucional y alternativa para el gobierno de España, pero que una vez más, como ha hecho su partido desde los tiempos de Aznar, solo parece tener como programa solicitar a quien desempeñe la presidencia del Gobierno que se vaya, que convoque elecciones, las cuales plantea por supuesto como una consulta a la ciudadanía: a favor o en contra de Sánchez, una más de esas dicotomías tan caras a las dictaduras (regímenes en los cuales los referéndum son objeto de veneración). Entre las muchas cosas que ha dicho Casado en los últimos días, dos de ellas me parecen relevantes. Una, cuando pidió que acerca de los indultos hablaran los políticos, porque eran ellos quienes tenían que decidir; y otra, en la última sesión del Congreso de los Diputados, con esa negación de la evidencia histórica consistente en decir que la guerra civil enfrentó a quienes querían democracia sin ley frente a los partidarios de ley sin democracia.

En relación con lo primero, baste señalar la contradicción que representa, no solo porque unos días antes, él mismo había acudido a una concentración contra los indultos con el argumento de que era la sociedad civil la que había hecho el llamamiento (curioso denominar sociedad civil a la organización convocante). También podemos recordar las ocasiones en que su partido ha salido a la calle y se ha manifestado junto a los obispos cuando se han planteado cambios legislativos que la iglesia católica consideraba que atentaba contra sus creencias, y no digamos las ocasiones en que han apelado a las palabras o declaraciones de los empresarios para justificar sus posiciones políticas. Y por supuesto, lo más importante es que olvida un principio elemental de un sistema democrático, cual es la participación de los ciudadanos a través del ejercicio de la libertad de expresión y en consecuencia de hacer pública su opinión acerca de cualquier cuestión relacionada con la política, es decir, lo recogido en el art. 20.1.a) de nuestra Constitución, como él debería saber.

En cuanto a lo segundo, a pesar de que sus palabras deben ser consideradas como una continuidad de la posición del PP en relación con esa etapa de nuestra historia, me parece muy grave que el líder del partido más importante de la oposición ponga en cuestión cuanto la historiografía ha hecho por aclarar el origen de la guerra civil: un golpe de estado contra un sistema político dotado de leyes y basado en un modelo democrático similar al existente en otros países en la Europa de entreguerras. El juego de palabras que hizo con ley y democracia pretendía presentar la equidistancia entre quienes se enfrentaron en la guerra, pero en realidad, como han explicado historiadores con más autoridad que la mía, conducía a la justificación del golpe de estado del 18 de julio, justo ahora en que nos acercamos a esa fecha, y también cuando está próximo el debate sobre la nueva ley de memoria histórica, en consecuencia Casado el otro día no hacía sino presentar un avance de hasta dónde va a llegar su partido con la defensa de una posición retrógrada, que de nuevo olvidará que en 1936 perdió España, como expresó Cernuda: «Y aquellos que en la sombra suscitaron/ La guerra, resguardados en la sombra,/ Disfrutan su victoria. Tú en silencio,/ Tierra, pasión única mía, lloras/ Tu soledad, tu pena y tu vergüenza».

Esta última palabra la utilizó Bergamín para indicar cómo salían de España, «los españoles más rojos, porque así nos pusieron (rojos de sangre y de vergüenza)».

* Historiador