El camión se había detenido por sorpresa. Llevaban horas en silencio, ocultos en la oscuridad de un remolque repleto de cajas precintadas. Perfectamente sellado, intentaban adivinar donde estaban --en el mundo en general-- por los sonidos que se colaban a través del incesante rodar de las ruedas. De vez en cuando se oía algún claxon y algún frenazo inesperado pero la mayoría del tiempo el camión engullía los kilómetros a un ritmo constante y seguro que les sumergía en un duermevela extraño. El conductor golpeaba fuerte la puerta cuando bajaba a repostar o a tomar algo y eso les asustaba un poco, a decir verdad. Pero pronto se acostumbraron.

No sabían cuantas horas habían pasado desde que, furtivamente, decidieron subir a ese gran tráiler cuyo destino desconocían. Ojalá fuera Holanda, o Francia, o Alemania. Cuanto más lejos mejor de la Italia a la que llegaron meses antes tras casi perder la vida en el mar. Al norte, al norte, siempre mejor al norte. En el bolsillo de uno de ellos se ocultaba una pequeña hoja de libreta con una dirección indescifrable, el nuevo hogar en el que le espera un hermano o un amigo, o uno de esos amigos a los que quieres tanto que es un hermano. Otro seguía la estela de un vecino suyo que había logrado trabajo en una empresa de algo, le dijo, de algo. Pero sea lo que sea será bien. Algo es una magnífica expresión cuando no se tiene nada.

En realidad, no se pueden contar mucho de quiénes son ni cuales son sus sueños porque tienen que mantener silencio, pero antes de saltar furtivamente a ese futuro sin nombre habían podido compartir cuatro datos de su vida, cuatro palabras sueltas que nunca podrían definir la identidad de todo lo que son, que son mucho. Son hijos, padres, madres, sobrinas de alguien. Son de algún sitio, donde hay personas que les aman, que les han parido, alimentado, educado, que han jugado con ellas y que ahora lloran en silencio su ausencia inesperada, su incursión peligrosa en un mundo que quizás --seguramente-- no les tratará bien. ¿Se imagina usted a su hijo a su hija en esa situación?

De repente, se levantan todos. El camión ha parado. Es la primera parada en muchas horas y, por lo menos, tiene que ser ya el norte de Francia. Alguno incluso pensaría que ha oído a alguien hablar en francés. O algo parecido. Sí, sí, sin duda es francés. Toca bajar ya, han llegado a su destino, y cuanto más tiempo pasen dentro más riesgo corren de ser interceptados.

Entre dos logran abrir la puerta, que pesa tanto que más bien parece la compuerta entre dos mundos. De repente, una intensa luz más propia del mediterráneo que del Atlántico perfila seis siluetas humanas que dudan. ¿Habrán llegado ya al paraíso? Una a una las siluetas van saltando al ardiente pavimento ante la mirada atónita de una familia y el empleado de una gasolinera que, manguera en mano, cierra y abre los ojos por si todo fuera una alucinación. Las siluetas no saben qué hacer. No hay nada a su alrededor excepto una carretera, varias casas y unos carteles que indican ‘Alzira’ y ‘Carcaixent’.

Unas sirenas en la lejanía anticipan la llegada de la policía. Los agentes no hablan francés sino español y algo más, un idioma parecido al francés que no logran ubicar pero que comparten con unos lugareños que, poco a poco, van concentrándose curiosos a su alrededor. Saben, las siluetas, que al camión ya no van a volver, han saltado antes de tiempo y están mucho más al sur de lo que ansiaban. Y mientras entra en el coche patrulla, aparcado de cajas de naranjas, una de estas siluetas aprieta con fuerza el trozo de papel donde apuntó, hace meses, la dirección soñada. Y sabe que el paraíso no era esto.

* Periodista