A lo largo de nuestra vida vamos conociendo a diferentes personas que provocan en nosotros reacciones contrarias. Desde la más absoluta admiración a la máxima indiferencia, pero casi siempre son estímulos primarios, casi primitivos. Es aquello de me cae bien o mal en función de reacciones cognitivas. Todos somos conscientes del papel impactante de la imagen. En segundo lugar, del impacto psicológico, emocional, empático e ideológico. Tanto el primero como el segundo son criterios subjetivos, que pueden en gran medida condicionar una relación afectiva o profesional. A todo el mundo no puedes caer bien ni pretenderlo, pues todos tenemos limitaciones para aceptar al otro. Son verdaderas relaciones de montañas rusas desde te admiro locamente a te odio perdidamente. Así es la vida, si juegas a vivir en sociedad. Y más cuando los sujetos están condicionados por conductas ciclotímicas. Todos pueden ser maravillosos o perversos.

Pero en el camino te topas con personas imprescindibles. Rigurosas, comprometidas con un proyecto vital. Aferradas a unas ideas pero no dogmáticas; creíbles por una trayectoria y ejemplos contundes de esas creencias. Quién siempre fue de derechas o socialista, quién siempre fue conservador o progresista o quién tuvo la capacidad intelectual de evolucionar pero no en función de intereses personales sino de convicciones aceptadas y luchadas. Y ahí están, los imprescindibles, como Belén González Domínguez, quien nos dejó hace unos días. Una mujer convencida de la fuerza de ser católica militante. Y a partir de esa firmeza de fe, ser catequista, ser miembro de hermandades, ser hermana mayor de la hermandad de la patrona, ser presidenta del consejo de hermandades, ser pregonera, ser hermana de todos e hija predilecta de una ciudad. E ir por la vida proclamando paz y bien.

Le adornaron la capacidad de no corregir en público, de no criticar a los adversarios y menos a los suyos, de rodearse de amigos y no de interesados, de prudencia y tacto para el buen gobierno de la Iglesia que es obra grande de todos y de cada uno. Por eso es admirable esta mujer, de principios, de lealtad y de conducta irreprochable por unos y otros. Con razón el párroco la destacó en las virtudes cristianas y en la presencia social, elegante, señorial y amiga. Adiós, Belén.

* Historiador