Hoy tengo algo que decirte, gordi, algo muy importante. He ensayado muchas veces este momento delante del espejo para que salga lo mejor posible, en plan comedia romántica, pero ahora estoy tan nervioso que creo que la cosa no va a quedar como yo quería. Tengo hasta la boca seca. Voy a intentar serenarme, ommmmmmmmmm, dicen que esto viene muy bien para ensanchar el caudal de la serenidad, ommmmmmmmmmm, cierro los ojos y junto los dedos visualizando agua, mucha agua limpia abriéndose paso y fluyendo dentro de mi cuerpo, así, ommmmmmmmmmmmm. Ya. Uff. Yo creo que ya. Vamos al lío. Cariño, hoy pongo mi rodilla en el suelo como un antiguo caballero para decirte que me siento el hombre más afortunado por tener tan cerquita a una mujer tan maravillosa, para decirte que tu risa es luz al final del túnel y Nolotil en vena, para decirte que me harías el hombre más feliz del mundo si aceptaras casarte conmigo. ¿Qué? Se te han saltado las lágrimas, ¿a qué sí? Lo sabía. No hace falta que me digas que sí, a estas alturas lo doy por hecho. Es normal que la emoción no te deje articular palabra. Tranquiiiiiiila, tranquila, cari. Ya sé que es muy fuerte, aunque supongo que lo mismo te habías olido algo por las velas y la música y la camisa nueva y la tarjeta de los dos ositos casándose encima de la mesa. ¿No te habías dado cuenta? Cómo eres. Ya sabes que me gusta currarme hasta el último detalle, ocuparme cada día de nuestro amor como si fuera una plantita que necesita cuidado diario. Toma un pañuelo. Ya está, tonta, ya está, a ver si vas a coger un berrinche… Yo sé que la idea de matrimonio siempre te ha resultado un poco ajena y que prefieres que convivamos como pareja sin necesidad de formalismos. Muchas veces, cuando pasamos por Santa Marina y hay boda, te quedas mirando a la gente de punta en blanco y se te escapa una sonrisilla malévola, más aún si vemos aparecer a alguno de los contrayentes saliendo del coche nupcial. «¿Todavía se casa la gente?», me has dicho no sé cuántas veces chinchándome, porque tú sabes perfectamente que en el fondo yo soy un hombre muy convencional, un hombre que necesita el asidero de las costumbres más sólidas para no tambalearse en este tiempo raro que nos ha tocado vivir… Yo sé que como mucho aceptarías que fuéramos al juzgado para oficializar nuestro vínculo como pareja de una forma austera por no decir sosa, sin más espectadores que unas cuantas personas de lo que tú llamas «el núcleo duro». Sé de sobra que sería un trago demasiado fuerte para ti que yo me empeñara en casarme por la iglesia, aunque verás tú el disgusto que se van a llevar mi madre y mi tía Auxiliadora, las pobres… En fin, pero escúchame… Ni para ti ni para mí. Entre el bodorrio por todo lo alto y casarse en el juzgado un martes cualquiera como si fuera un trámite desangelado podemos encontrar un término medio, algo sencillo pero inolvidable, sin muchos invitados pero con toda la gente que nos importa… Verás lo bien que sale todo. Hazme caso. Tú solo déjate llevar y pórtate bien si no quieres que me enfade.

** Profesor