La Real Academia de Córdoba homenajeó ayer en su sesión de clausura del curso -marcado, como todo, por la pandemia y las actividades ‘on line’- a uno de sus numerarios más destacados, Rafael Mir Jordano, quien a los 90 años no para de cosechar reconocimientos a una existencia de larga y fértil proyección pública. Este prestigioso abogado cordobés, escritor y dinamizador de la cultura con mayúsculas, nonagenario socarrón y seductor -genio y figura…-, ha sido un tipo ubicuo y laborioso que repartió alma, corazón y vida por cuantos saberes y quehaceres fue multiplicándose. Inquieto, intenso y criticón, ha puesto igual pasión en la defensa de un pleito arriesgado que de safari en África (alguna vez se ha definido como «un depredador nato»); lo mismo enseñando Derecho que en cine-clubs como el que cofundó en los sesenta en el Círculo de la Amistad; ante los conciertos de la Orquesta de Córdoba, que rara vez se pierde, y como tertuliano de locuacidad contundente, facetas estas dos últimas a las que sigue entregándose con entusiasmo juvenil cuando la salud se lo permite.

Pero en cuestión de querencias -sin entrar en las personales-, Rafael Mir ha sido y es un letraherido incontinente desde que a los 16 años vio publicado un artículo en la revista ‘Rumbos’ del colegio de los maristas, donde estudiaba. Luego fundó dos revistas, ‘Arquero de Poesía’ -a pesar de que el verso no es lo suyo- en el Madrid de 1952, cuando acababa la carrera y, ya de vuelta a Córdoba, en 1958, ‘Revista del Mediodía’. La palabra impresa, la de los demás pero sobre todo la suya, que puesta en negro sobre blanco es precisa, afilada como un estilete y sin retóricas, le ha gustado tanto que ha volcado su mente imaginativa, la mirada escrutadora y un sentido innato de la provocación en escribir de casi todo: tres novelas (‘Furtivos’, ‘Arma de doble filo’ y ‘Señora con perro’), una pieza teatral (‘Sala de juntas’), ensayo (‘Caza mayor en España. Y más lejos’), miles de artículos en este periódico y multitud de relatos que él prefiere llamar cuentos. La de cuentista es sin duda la faceta literaria que más le atrae y más satisfacciones le da, siempre en desafío con un lector lo bastante inteligente como para desarrollar por su cuenta lo que solo está insinuado. Sobre todo en microrrelatos que destripan con ingenio y mordacidad la condición humana en unas cuantas frases. Por eso una de sus mayores alegrías fue contemplar esta prosa breve y áspera, que te noquea sin ver venir el golpe, recopilada en el libro de 2017 ‘Cuentos completos’, que él sigue completando con idéntico arrebato a cuando en 1955 se estrenó con ‘Cayumbo’. No tantas alegrías, pero sí la tranquilidad de dejarse narrado a sí mismo para cuando todo pase, le dio la publicación en 2009 de la autobiografía que tituló ‘Memorias en el umbral de la desmemoria’. En ellas relata su historia deteniéndose en la profesión de letrado que lo mantuvo más de cuarenta años apartado de la escritura, y en el año que como primer delegado provincial de Cultura en la Transición quedó desengañado de la política para siempre. Pero no solo cuenta su vida sino lo que opina de sí mismo -no siempre se deja en buen lugar- y de los demás, porque este señor de maneras elegantes y sinceridad peligrosa reconoce que nada le cuesta más trabajo que morderse la lengua. Por todo ello Rafael Mir es memoria viva de Córdoba, prolongada en los documentos que ha donado al Archivo Municipal, al Colegio de Abogados y a la Academia. La misma que anoche tras el curso virtual volvió a abrir sus puertas para clausurarlo y honrar en persona a uno de sus miembros más notables.