Parece mentira que sea la misma persona esta que duda y tantea, que rehúsa los seis escalones de entrada a la casa, optando por arrastrar los pies por la rampa, muy apoyado en la baranda, que la que ágilmente escalaba las más escarpadas pendientes de los Pirineos, los Alpes y los Andes. Sí, pero eso fue ayer cuando quien esto escribe era un joven, fuerte y afortunado cazador y viajero. Hoy solo queda la nostalgia y el baúl de los recuerdos. Pero al menos conservo la llave de ese baúl y la satisfacción de comprobar que está bien repleto y que puedo disfrutar de su contenido porque aún, pasados los noventa, no ha llegado la desmemoria.

No sé cuanta parte de mi alma ocupan los recuerdos y cuanta los sueños, pero si me consta que en mi actual estado, mientras el cuerpo aguante, merece la pena vivir. Recuerdos y sueños. ¿Quién puede negar validez a los recuerdos y a los sueños? Lo único perturbador, y a mí me perturba mucho, es recordar lo que hicimos mal. En mi caso muchos días me arrepiento de una carta que escribí con veinte años a una mujer. Cambió mi vida en el error. O quizá no, que nadie sabe lo que pudiera haber ocurrido con distintas variables.

Y aquí me paro, respiro y pienso. Casi todo en esta pandemia, que deja su tarjeta de visita anunciando que repetirá sus males en el futuro, es negativo, pero más que nada es que ha sido y sigue siendo la excusa de muchas inhibiciones, y no voy a caer en la estupidez, que va siendo colectiva, de culpar a Pedro Sánchez de todos los males.

Sí, me he vacunado, lo que me permite seguir escribiendo este artículo, que empieza a no tener pies ni cabeza; y todos los días pierdo un ratito ante le televisión siguiendo lo que no sé si es un debate o una tontería sobre la vacuna y los trombos, y la verdad es que no hay mucha diferencia entra lo que dicen los titulados y retitulados y lo que dice la gente de a pie. Por cierto que a muchos entrevistados la guapa de turno los llama expertos, y yo me quedo perplejo, porque aunque sé lo que es experiencia, no sé ni dónde ni por quién se expide el título que acredita tenerla.

Y vamos por el penúltimo terceto. Miro el termómetro, me toco el cuello y me pregunto: ¿Ventilador o refrigeración? La respuesta es: seguir escribiendo. Pero, ¿merece el lector tanto castigo? No seamos hipócritas; si yo pensara que estoy castigando al lector no escribiría ni una palabra más. Y es que el lector me puede dar alternativamente varias sosas: desde su admiración hacia abajo. Me conformo con su comprensión. Claro que la aspiración a ser comprendido es la aspiración universal.

**Escritor. Académico