Como no hay mal que por bien no llegue, los efectos secundarios graves y las muertes (con independencia de porcentajes) asociadas a las vacunas de marras, nos pueden llevar a una interesante y bonita reflexión en torno a la potencial peligrosidad de toda esa química más que supuestamente testada que puebla, ya desde las antiguas normalidades, las estanterías de boticas, centros médicos y hasta grandes superficies. El abanico de efectos adversos, contraindicaciones e interacciones, clasificadas o no, descubiertas o no, resulta inabarcablemente acojonante.

La toxicología me parece una de las ciencias mayormente olvidadas en nuestros días; sobra decir que por motivos comerciales: hecho este equiparable en su dimensión moral a la omisión de socorro de una víctima de violencia, accidente o abandono. Tapar y mirar a otro lado está muy feo, quién lo pondría en duda. Lo aberrante aquí deriva de la normalización de unos riesgos existentes y conocidos, publicados en prospectos, vademecums y googles. Un verdadero deporte de riesgo, abrir el cajoncito del aparador o la mesita de noche y meterse una de esas blancas, rosas o azules así, casi por inercia, «para que no me duela», obedeciendo al primer mandato de nuestra nueva y antigua normalidad: prevención.

El vino, dicen los expertos, los bodegueros, comerciantes y hasta políticos, es cultura y medicina. Qué duda cabe, y un veneno mortal en dosis y condiciones concretas. La marihuana, sin ir más lejos, ese gran demonio corruptor de juventudes e instalaciones eléctricas, será muy pronto legalizada, os lo aseguro, en cuanto las grandes compañías se hagan cargo del monopolio. Ellas, no la «ciencia» ni mucho menos el «interés general», son las que moldean a su antojo cualquier «criterio» de todo gobernante analfabeto que se precie. Pero esto ya lo sabíais, ¿a que sí? Pues nada. Ya sois mayorcitas. Seguid ahí, ad náuseam.

*Escritor