Si Marie Kondo, la japonesa maga del orden, viniese ahora mismo a mi casa, se haría inmediatamente el jigai, suicidio femenino equivalente al harakiri, sólo que en vez de destriparse por las buenas, se seccionaría limpiamente la carótida tras haberse atado las piernas para presentar una postura elegante a pesar de estar muerta. Cosas del honor. Pero estén tranquilos, que esto no va de truculencias. Marie Kondo, que nos ha enseñado a doblar la ropa todas las veces que sean necesarias hasta conseguir que cada prenda quede hecha un paquetito que se mantenga verticalmente, y expone la teoría de que hay que desprenderse de todo aquello que no nos haga felices, con el revoltijo que encontraría en mi casa no sabría ni por donde empezar.

Envidio profundamente a mis vecinos de Fuengirola cuando los veo bajarse del coche con un par de maletas y otro par de bolsas, cuatro bultos en total. Claro que también he visto alguno que se lleva y se trae la lavadora. Y por supuesto me gustaría alcanzar un deseable punto medio, pero llevo intentándolo muchos años infructuosamente. ¿Cómo podría modificar estos enloquecedores viajes nuestros? ¿Cómo organizo el traslado de un loro y una perra sin que ésta mate al primero? ¿Cómo prescindir de cajas, mochilas, carteras, ordenadores, libros y objetos de escritorio? Sin contar las maletas y el vino fino de Montilla-Moriles, que parece mentira que estando tan cerca, en Fuengirola figure como desaparecido. No importa que haga listas ni que planifique: al final, arramblo con todo como si no fuera a volver nunca. Mi pesadilla es que a nuestra llegada alguien nos grabe con el móvil y el vídeo se haga viral.

Menos mal que después de tanto trajín, nos esperan los espetos y las coquinas. Respecto a éstas, les transmito la información que me dio un pescadero --molusquero lo llamaría yo, pero no viene en el diccionario-- del mercado de las Atarazanas de Málaga, que aconseja ponerlas en remojo de agua mineral con gas. Dice que las coquinas se alborotan y eliminan más arena que con el agua corriente. Todavía no lo he probado. Lo mejor que tienen los espetos de sardinas es que en la playa, como en el campo, no molesta su olor. Sólo necesitan que un buen espetero las ensarte adecuadamente.

--¡Vaya, otra vez el harakiri, esta vez sin distinción de sexos!-- ponerlas al fuego y dejarlas jugosas.

*Escritora. Académica