Se cuenta en el libro del Génesis que la creación comenzó con las divinas palabras «Hágase la luz». Viendo las nuevas tarifas eléctricas alumbradas por el Gobierno, si el Sumo Hacedor las pronuncia en España aún seguiríamos entre tinieblas. También narra la Biblia que, tras crear el cielo y la tierra, vio Dios que la luz era buena, pero según los más reputados teólogos eso tuvo que suceder antes de que conociera a la ministra para la Transición Ecológica.

A las puertas del verano, nuestros gobernantes han decidido encarecer el recibo de la luz, en una patente demostración de que hay mucho iluminado sentado en el Consejo de Ministros. A fin de justificar tan desorbitada subida de precios, algunas lumbreras ministeriales aducen la necesidad de cambiar los hábitos lumínicos de los españoles, para lo cual han ideado un sistema que nos va a dejar a todos a dos velas. Al tramo horario de mayor consumo lo han denominado «punta», en un metafórico recordatorio de cómo se nos pondrán los pelos al ver el importe de la próxima factura. Costumbres tan andaluzas como encender el aire acondicionado durante la canícula quedarán exclusivamente al alcance de los agraciados por el Euromillón y los amigos de Irene Montero colocados en el Ministerio de Igualdad. Me resisto a creer que este cambio no venga avalado por concluyentes estudios científicos de los cientos de asesores que pululan por el Palacio de la Moncloa, pues no en vano – ya que de electricidad hablamos - han demostrado que son expertos en enchufes. Prohibir la ingesta de carne, los viajes en avión, el uso del coche y el consumo de luz eléctrica son las medidas estrella del plan España 2050… antes de Cristo.

Resulta contradictorio que el progreso sea volver a farolas de gas, botijos y abanicos; que hoy el cochinillo al horno se cocine vuelta y vuelta; o que la opulencia gastronómica de los hogares españoles sean unas patatas guisadas a fuego lento en la vitrocerámica. Las primeras marcas de la industria del lujo en España ya son Endesa y Fenosa. Suenan premonitorios aquellos versos de San Juan de la Cruz («sin luz y a oscuras viviendo / todo me voy consumiendo»), y es que muy pronto ni los moribundos podrán ver la luz al final del túnel.

El empeño por salvar el planeta -de no se sabe qué- no debiera estar reñido con la convivencia vecinal, pero me temo que se avecinan tiempos convulsos en las comunidades de propietarios. Del ocaso al orto, una actividad febril - y fabril- tendrá lugar en los pisos de los españolitos. «Niño, despierta y enciende el horno, que ya son las dos de la madrugada»; «Déjalo, mamá; ya cenaré por la mañana»; « ¿por la mañana? ¿crees que somos ricos?», se oye por el descansillo del quinto, mientras que el cocinillas del tercero acompaña con un silbido otro de la olla exprés que guisa durante horas el menú semanal. Por la ventana del segundo, la que da al patio de luces, un «Antonio, date prisa con la plancha que está amaneciendo»; « No llego, cariño; entre la lavadora y la aspiradora se me ha echado la mañana encima», apunta a otra acalorada discusión conyugal que no enfría ni el desayuno, y eso que ahora, desde que han subido al trastero el microondas, el café en casa de los Martínez siempre es frappé. Sin embargo, hay quien ve con buenos ojos no poder encender la luz, como la puritana de mi prima Conchita que anda como loca desde que puede entregarse al fornicio con la lámpara de la mesita de noche apagada. Menos gracia le ha hecho a ‘Jesusón’, su libidinoso hermano, a quien las duchas con agua fría le impiden seguir presumiendo de ser el verdadero responsable del calentamiento global de la Tierra.

Dicen que el presidente barrunta cambios en el Gobierno. Ojalá se le ilumine la bombilla y acierte con quienes dirigen la política energética del país. Los actuales han demostrado que tienen muy pocas luces.

*Abogado