Hay películas que llegan a nosotras justo en el momento en el que más lo necesitamos. Así me sucedió con Muchos Hijos, un Mono y un Castillo, de Gustavo Salmerón, que me hizo reír a carcajadas en medio del confinamiento y la recordaré siempre como uno de los mejores momentos del mismo.

Con My Mexican Bretzel (2019) me ha pasado algo parecido: ha llegado en medio de una de mis peores semanas para arrullarme como el mar y rendirme ante sus silencios, porque toda nuestra vida paralela transcurre en los silencios. Este falso documental, en el que la directora y guionista Nuria Giménez (Barcelona, 1976) recurre a la técnica del found footage, cuenta 2 nominaciones al Goya 2021 y Premio Gaudí a Mejor Documental, Guión y Montaje, además de ser Premio especial de los Feroz, entre otros, pero va muchísimo más allá de sus condecoraciones.

Nos muestra la vida de un matrimonio acomodado entre los años 40 y 60, los Barret, a través de las filmaciones caseras de él y ciertos pasajes extraídos del diario de ella, Vivian. Por supuesto, todo ha de interpretarse en el contexto socio-político de la época: la posguerra y la decadencia hecha belleza por esos sentimientos a flor de piel de la vieja Europa. París, Roma, Suiza, Mallorca... Y también Nueva York y Las Vegas. Escenas cotidianas que nos revelan cómo él la mira y el mundo interior que Vivian esconde en su diario, su eterna frustración.

No hay ninguna voz en off y apenas sonido ambiente en todo el filme. Reina el silencio, una melancolía que trasciende la pantalla, porque los extractos de diarios de ella que guían la narración aparecen como si de subtítulos se tratase. Esta condición de rara avis exije una espectadora activa y paciente que se deje embaucar y esté dispuesta a ir más allá, pues «La mentira es otra forma de contar la verdad.»

Resulta imposible no empatizar con la antiheroína («siento que vomito humo negro cada vez que hablo»). En un momento el filme hasta se torna un auténtico videopoema y se puede leer al más puro estilo lorquiano: «No sabía que mi vientre era como el de un hombre. Estéril como la tierra árida. La rama seca de un árbol.» Simplemente belleza y estremecimiento.

Desde el principio me recordó al libro Los Modlin, de Paco Gómez. Esta arriesgada ópera prima que le ha exigido a Giménez revisar más de 50 bobinas de 8 y16mm para terminar convertidas en pura magia por la que dejarse abrazar. Despierta esa fascinación por personajes desconocidos, pero propios, que seduce y embelesa.