En el mundo de lo pequeño, el de los átomos, se admite como un hecho que todo lo que podría ocurrir está realmente ocurriendo. Cuando, por ejemplo, un fotón procedente del Sol llega hasta una planta y su energía es absorbida por una molécula receptora, este golpe de energía puede seguir muchas rutas posibles por un complejo entramado de moléculas hasta llegar al sitio donde se usa para separar el oxígeno y el hidrógeno del agua. Aunque el sentido común nos diría que cada golpe de energía seguirá al azar cualquiera de esas rutas, unas más cortas que otras, la experiencia dice que todos siguen la misma ruta, cómo si la luz supiera de antemano cuál es el camino más corto y más eficiente. O sea que todo lo que podría ocurrir ocurre simultáneamente, aunque lo que se acaba observando es lo más probable, o sea el hecho que supone menor gasto de energía. Es como si cada fotón hiciera a la vez todos los viajes posibles para comprobar cuál es el más corto y acabara finalmente tomando este. Y eso explica por qué la fotosíntesis, que es fundamental para la vida tal como la conocemos, tiene una eficiencia casi del 100%.

Esta característica de la fotosíntesis la predice con gran precisión la mecánica cuántica, igual que lo hace con otros procesos naturales derivados del comportamiento de los átomos y las partículas subatómicas, lo que pone de manifiesto que las propiedades y el comportamiento de la materia y la energía en la escala atómica acaban determinado las propiedades de los objetos grandes entre los que nos movemos. Aparte de la fotosíntesis, la comprensión de los fenómenos cuánticos en el nivel del átomo también ayuda a explicar la visión, el sentido del olfato o cómo usan las aves el campo magnético para orientar su vuelo. Y también se está construyendo una teoría cuántica para explicar la memoria y el cálculo automático en el cerebro.

En la base de ese comportamiento mágico de la naturaleza hay tres conceptos esenciales: superposición, coherencia y entrelazamiento, que ya sugieren una visión el mundo en que todo parece estar interconectado. Efectivamente, la superposición describe el hecho de que un objeto pueda ser o comportarse de varias maneras a la vez, muerto y vivo a la vez, como el famoso gato de Schrödinger. La coherencia se refiere al hecho de que un objeto puede explicarse como el resultado de una superposición estable de varias formas distintas de ser o comportarse de ese objeto. Los objetos cuánticos se pueden encontrar en una superposición coherente de varios estados. Algo así como si una sola cuerda sonara a la vez con un Do, un Mi y un Sol, tres tonos puros que, superpuestos, son el sonido coherente de un acorde de Do mayor. Y el entrelazamiento significa que dos objetos, como dos fotones, que han sido creados a la vez o han estado relacionados, mantienen esa relación para siempre, de forma que lo que afecta a uno, automáticamente afecta al otro, aunque se encuentren en extremos opuestos del universo.

Igual que en el cielo es en la Tierra; igual que lo pequeño es lo más grande. Esta visión de una realidad entrelazada a lo largo y ancho de todas sus escalas tiene profundas implicaciones en todos los niveles, desde lo material hasta lo filosófico y simbólico. Aparte de ofrecernos un conocimiento más profundo del universo y la vida natural, y permitirnos predecirlos con más precisión, la perspectiva cuántica de la ciencia, desde la invención del transistor, ha potenciado la electrónica, la informática y las telecomunicaciones y, con ello, ha inspirado profundos cambios en nuestra vida y en la conciencia hasta en el mundo de las relaciones sociales y la política. Decía Richard Feynman, uno de los grandes genios de la física cuántica, como conclusión de una comisión de investigación que presidió en la NASA tras la catástrofe del Challenger: «Para una tecnología exitosa, la realidad debe prevalecer sobre las relaciones públicas, pues no se puede engañar a la naturaleza». Porque todo lo que podría ocurrir ocurre.