La pandemia no solo nos ha quitado libertades y alegrías, nos ha entumecido los sentidos a fuerza de no usarlos. Entre miedos de todo tipo --a muchos el virus les ha dejado un temor irracional a salir de casa y a otros lo contrario, y se lanzan a la calle con desparrame suicida--, entre confinamientos y estados de alarma nos hemos alejado tanto de lo real que, hasta que no vuelva la deseadísima normalidad, lo de siempre, únicamente el mundo virtual y sus irrealidades nos hacen sentirnos seguros, o por lo menos más cómodos. Hace unos días, coincidiendo con la Feria que no ha habido, las zonas más transitadas de Córdoba se llenaron de cabinas ‘sensoriales’ (sic) instaladas por el Ayuntamiento para ofrecer a quienes se acercaran a ellas ‘sensaciones’ como conmoverse con la Semana Santa, ir de patios o de cruces, pasear por el real o saborear una copa de Montilla-Moriles en la Cata. Una ruta de los sentidos pero sin sentidos para devolvernos las fiestas que nos ha robado el covid pero sin fiestas. Un supuestamente evocador paseo digital --bien intencionado, pero iluso-- que fingía olores, sabores y rumores donde no los había al natural. Quién sabe si a los turistas desconocedores del alma de Córdoba les sirvió de algo el invento, pero desde luego a los cordobeses nos dejó sumidos en la más redonda frustración. Eso sí, frustración virtual.

Claro que Dios aprieta, pero no ahoga. La crisis sanitaria que el año pasado arrasó con todo empieza ya a dar pequeños respiros en directo, todo un lujo en tiempos de la aséptica conexión ‘on line’. Eso permite, si no disfrutar con los cinco sentidos, lo que no sucederá hasta que las medidas restrictivas sean un mal recuerdo, al menos volver a la cultura de las tardes en vivo y no dejar caer tradiciones enraizadas histórica y hasta comercialmente en esta tierra. Así, por mencionar solo algunas citas, la Fundación pro Real Academia, con el patrocinio de la Caja Rural del Sur y la coordinación de Francisco Solano Márquez, ha ofrecido un muy interesante ciclo de conferencias sobre el callejero cordobés, sus luces, sus sombras y sus polémicas, puro espejo de lo que somos. Y el Instituto Municipal de Turismo ha retomado durante este mes sus Kalendas, abundantes en actividades sobre el patrimonio romano, entre ellas una bellísima exposición fotográfica en Las Tendillas debida a la mirada de Francisco Sánchez Moreno. Corduba perpetua.

Como perpetuas son, o deberían de ser, las propuestas defendidas desde hace décadas por el Aula del Vino. Su cruzada en apoyo de los caldos (y el aceite) se enfrenta ahora a nuevos obstáculos por culpa del virus y las cortapisas que crecen como adherencias parásitas a su alrededor. A pesar de ellos, en mayo la entidad reunía en la ciudad a un centenar de aceiteros de toda España --faltaron los portugueses, que no pudieron viajar-- para recoger los Premios Mezquita a la calidad del zumo de la aceituna. Y ya en junio su presidente, Manuel López Alejandre, y María del Sol Salcedo, secretaria, han convocado a autoridades y público --con moderación-- para entregar al alcalde, José María Bellido, el título de socio de honor. El Aula agradece al regidor la anunciada ordenanza municipal para preservar las tabernas más típicas, de incierto futuro ante el relevo generacional, y de paso cualquier gesto de respaldo que pueda terciarse. Como el retorno de los Premios Mezquita-Vinos, que tras un cuarto de siglo en la capital tuvieron que emigrar a la provincia en sus dos últimas ediciones; o la celebración de la Cata de Otoño, hoy por hoy en el aire. Sería una buena ocasión, copa en mano, de recuperar los sentidos y la sensibilidad que tenemos atrofiados.