A mi señora le gusta que llegue puntual, a las nueve en punto de la mañana; pero sobre todo que llegue en silencio, porque duerme por lo menos hasta las diez. Se ha acostado tarde, tras una de sus reuniones con su grupo de amigos íntimos. Lo primero que tengo mandado hacer es recoger los vasos de güisqui, a medio vaciar, los platos de canapés, a medio comer, los ceniceros de tabaco y lo que sea, a medio fumar. Y todo en el mayor silencio, porque la señora puede tener jaqueca y levantarse con la jaqueca torcida. Para entonces le tengo que llevar preparado el desayuno. Mientras come, me da las órdenes del día: poner la lavadora, poner el lavavajillas y planchar, sobre todo planchar y dejarle muy ordenada en sus cajones correspondientes su colección de bragas. A veces, se levanta contenta, con ganas de hacer muchas cosas, de ir al gimnasio, de seguir su plan de adelgazamiento, porque siempre me dice que tiene que adelgazar.

A veces, mientras se pinta las uñas, les pasa la brocha, les sopla, me habla de que tengo que liberarme, de que tengo que reivindicar mi ser mujer hasta en mi manera de hablar. Yo la escucho mientras sigo con la plancha, otra falda, otra falda, otra camisa, otra camisa, otras bragas, otras bragas. No puedo con los pies; se me hinchan los tobillos; luego apenas tengo fuerzas para llegar al autobús y otro autobús, y subir a mi piso sin ascensor, y subir, y bajar, y el pan, y no me llega el sueldo, a diez euros la hora. A veces, la señora me regala uno de sus colgantes, que me explica que es muy artístico, y vuelve a repetirme que tengo que liberarme, que me fije en ella, y yo sigo con la plancha. A veces, la veo salir a la calle, donde la espera su coche oficial, con su chófer y su gasolina. A veces, la veo en la televisión, en las Cortes, hablar de las mujeres, no sé si de mí, mientras yo plancho y luego coloco las bragas muy ordenadas en sus cajones correspondientes.

A veces, llega cansada, protesta de no sé qué, reuniones, derechas, Congreso, independentistas, aborto, manifestación, indulto, y yo no dejo de planchar, la escucho, y no puedo más con la espalda, la cintura, las piernas, las varices, los tobillos, y mi señora vuelve a aconsejarme que me libere, así, años y años de plancha, faldas, camisas, bragas, cajones, silencio.

*Escritor