Perdonen que haya tardado tres semanas en escribir sobre la propuesta del Gobierno para debatir, acordar y comenzar a trabajar para el proyecto estratégico ‘España del 2050... ¡Pero ya!’. Un servidor, que se agobia por todo, no sabía que había tanta prisa.

Se trata de una iniciativa muy maja, que tiene de partida un documento elaborado por un centenar de investigadores y pensadores de los mejores del mundo mundial, para pactar los pilares estratégicos del futuro país... claro que en un país donde no se pacta nada que vaya más allá de mi mandato y mis santos sillones. Un solo ejemplo: ni siquiera en algo tan básico como la educación, nuestros hijos, se llega a un acuerdo de Estado imprescindible y reclamado desde hace una generación.

Aunque, vale. Por debatir, que no quede. Ahora bien: la realidad de entrada es muy distinta. El problema es el tiempo. Y no porque quede mucho o poco para el 2050, sino porque no hay mejor prueba de la Teoría de la Relatividad que España. Aquí la Administración tiene su tiempo relativo, la política otro, el ciudadano el suyo y la información… últimamente no tiene tiempo ninguno. Y para colmo, cada vez la brecha es mayor.

Por un lado, en los organismos oficiales se trabaja y piensa de aquí a la eternidad. Últimamente más en la eternidad. Me decía un alto funcionario que cada día se veía más cotizado y reclamado en comisión de servicios por este ayuntamiento o aquella comunidad autónoma porque es de los pocos que se atreven... a firmar. Y es que dar el visto bueno con normas y normas que en principio piensan en procedimientos (lo que puede estar muy bien) pero acaban olvidando a las personas, es imposible. Acaba asfixiando las grandes iniciativas a largo plazo y, sobre todo, las pequeñas, las más importantes y diarias.

Mientras, en otro nivel, el político, el responsable de cualquier gobierno local, provincial autonómico o nacional elegido democráticamente, por muy buena intención que tenga, se tira los primeros meses de su mandato ideando proyectos hasta que se da cuenta de que en cuatro años no va a tener tiempo para hacer las cosas importantes que necesita la gente. Y más ahora porque, como ya se ha dicho, el alto funcionario no va a firmar nada. Total, que al final el político casi se ve obligado a olvidar sus sueños y a organizar algo rapidito y polémico: un concierto, un evento poco antes de las elecciones, el traslado de una estatua… cositas de éstas. Y ya está.

Por su lado, los tiempos del ciudadano son otros: van a un mes vista para los más afortunados, los que esperan un ingreso del Estado, pasando por los que necesitarían ese permiso administrativo esta misma semana (y no lo va a tener) o los que, y los hay literalmente muchos, más de los que pensamos, necesitan comer hoy y planificar qué desayunarán sus hijos mañana.

Y para explicarlo todo, nos estamos volcando en una información a toda velocidad en internet, que también está muy bien, pero cuyos titulares se olvidan en un cuarto de hora sin tiempo para reflexionar.

Lo dicho. El tiempo es tan relativo para hacer cosas en este país que la primera herramienta de la que tendríamos que disponer sería un ‘Pacto de Estado por el Tiempo’ entre la Administración, la política, los ciudadanos y la información. Mientras, el simpaticón proyecto España 2050, basado en el estudio Fundamentos y propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo, lo veo difícil de desarrollar en un país donde ni siquiera nos ponemos de acuerdo en qué es un plazo. Más crítico aún fue Larra con su artículo «Vuelva usted mañana», que no solo hablaba de la Administración, sino de esa pereza nacional que todo lo envuelve. Lo publicó en 1833.