Aunque no sepan explicar aún en qué consistió, mis nietos hablan del big bang con normalidad, a diferencia de mi generación que con su edad creía que la verdad estaba en lo narrado por el Génesis. Es cierto que este cambio no es de hace unos días, que ya mi hija creció sin estar anclada en creencias tan poco acordes con el conocimiento científico, pero lo importante es que se ha producido esa transformación, y que la ciencia avanza en la búsqueda de explicaciones, más allá de los dogmas y de la fe, la cual podrá ser valiosa para algunas personas, pero desde luego ha demostrado su inutilidad desde el punto de vista del avance científico. En este aspecto me llamó la atención hace un par de semanas una entrevista en la prensa con una española, Begoña Vila, de Vigo, que trabaja en el Centro Espacial Goddard de la NASA (por la colaboración de la Agencia Espacial Europea) y que lleva más de veinte años dedicada a un proyecto de una gran importancia, como es la puesta en marcha de un telescopio espacial, el James Webb, llamado a avanzar en la información que en su momento nos transmitieron los telescopios Hubble y Spitzer.

De sus palabras me resultó atractivo en especial el hecho de que su trabajo consistirá en una investigación en la cual juega un papel clave el tiempo, que al fin y al cabo es el elemento con el que conjugamos el estudio del pasado, algo consustancial a la historia. Quienes hemos centrado nuestro trabajo de investigación en la etapa contemporánea siempre encontramos llamativo el estudio de periodos más alejados, en especial cuando se realiza en la denominada tradicionalmente Prehistoria, y sin embargo cuando le preguntan a Vila qué permitirá ver el nuevo telescopio responde que uno de los objetivos que persigue es «mirar hacia atrás en el tiempo. Es capaz de captar la luz infrarroja emitida hace miles de millones de años por las primeras estrellas, esa luz lleva viajando 13.500 millones de años y la única forma de verla es con un detector infrarrojo». ¡No me digan que no es apasionante!, ¡lo que daría cualquier historiador por poder ver cómo ocurrieron determinados acontecimientos! Más adelante nos explica que se van a buscar «marcadores de vida», lo cual nos permitirá determinar si hay formas de vida parecidas a la nuestra en otros puntos del universo. También van a estudiar todos los planetas de nuestro sistema solar, y es probable que aparezca alguno nuevo. Asimismo, explica cómo poco a poco hemos ampliado nuestro conocimiento, desde que nos creíamos el centro del universo, hasta el momento actual en que sabemos de la existencia de «billones de sistemas solares», y, por tanto, ella piensa que sí puede haber vida en alguno de ellos, «y en algún momento la encontraremos».

Mientras se desarrollan esas investigaciones, admirables, sobre lo ocurrido hace miles de millones de años, en el plano individual cada uno de nosotros percibe el tiempo en unas dimensiones mucho más limitadas. Miramos hacia atrás pero solo podemos abarcar una parte de nuestra vida, ni siquiera lo recordamos todo, a pesar de que a partir de una determinada edad el pasado tiene mucho más peso que el futuro. Hace cincuenta años, en estos primeros días de junio terminé el curso preuniversitario, el azar ha querido que en esta semana me haya encontrado con dos de mis compañeros, ambos buenos amigos. Entonces todos mirábamos hacia adelante, así se lo recordé a una nueva generación de jóvenes que a final de mayo finalizaba sus estudios de Bachillerato y además les cité lo que en su visita a aquel mismo instituto (también fue el mío) dijo Fernando de los Ríos, cuando como ministro de Instrucción Pública acompañaba a Niceto Alcalá-Zamora en su apertura del curso 1932 en Cabra: «Quien pierde la mañana, pierde la tarde; quien pierde la juventud, pierde la vida».

* Historiador