Las calles eran como la iglesia esa tarde del día del Señor donde los jóvenes escenificaban vivencias del Evangelio. Aquellos tiempos en que religiosidad y sociología estaban tan unidos que la historia lo ha bautizado como nacionalcatolicismo, una época en que ciencia y costumbres, pensamiento y patria estaban atados a la religión. El Corpus era uno de esos días que protagonizaba desde dichos hasta refranes, el principal «tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Corpus Christi, Jueves Santo y día de la Ascensión». Con el tiempo y la democracia el calendario se adaptó más al trabajo que a las creencias y muchas fiestas religiosas de mitad de la semana pasaron al domingo, como, por ejemplo en Córdoba el Corpus Christi, el celebrado día del Señor cuando éramos niños, cuando las calles de nuestros pueblos se llenaban de altares, con macetas, panes y peces y otros adornos, los balcones de colchas y las calles de juncos y romero. Nunca se me olvidará aquel día del Señor. Como era fiesta ese día no había escuela y yo estaba jugando por las calles, por la Plazoleta Peñas de Villaralto. Me pararon unas mujeres, de esas que por su devoción se han llamado siempre beatas, y me dijeron que me tenía que vestir de ángel, junto con otros muchachos, en uno de sus altares. Les dije que sí porque yo era monaguillo y ellas, amigas del cura.

Me fui corriendo a mi casa, me escondí en la cámara y, con un espejo delante, me miré la barriga y la espalda. Y decidí ponerme malo para no vestirme, casi desnudo, de ángel. Y no estaba ni gordo, ni demasiado blanco. Junio era verano, pero no mucho verano. Y las madres casi no nos lavaban en todo el invierno, sólo los pies y la cara. Cuando me miré al espejo y ví el color que mi cuerpo había acumulado en el invierno me dio tanta vergüenza que decidí ponerme malo. Para no ‘vestirme’ de ángel. Ese Corpus Christi no pude oler el romero de las calles, ni el incienso de los altares, ni ver el color verde de las alfombras de juncos, juncia y eucaliptos, ni la lluvia de pétalos de rosa que caían, desde entonces y todos los años, desde el balcón de mi suegra Pilar, que a sus 94 sigue celebrando el día del Señor.

Como los niños que han hecho la Primera Comunión. Sociológica y estéticamente la procesión del Corpus es como un desfile religioso cuyos protagonistas en los pueblos son los altares y sus escenas ángeles incluidos-, las calles adornadas, los niños de Primera Comunión y el cura bajo palio con la custodia. En la capital, la belleza es prácticamente la misma, pero sus componentes desfilan con el uniforme que la sociedad y la religión les han concedido: los soldados, con sus uniformas de fiesta, y un Santísimo dentro de la belleza de la Custodia de Arfe con un sin fin de cofrades, seminaristas, curas, canónigos y obispo, cada uno con el color que a sus vestidos le confiere su categoría. Este año el itinerario se recortará al Patio de los Naranjos, donde las alfombras han adornado las paredes con la religiosidad de la fiesta.

El día del Señor está dedicado en la religión católica a las procesiones con el Santísimo sacramento. Pero la reciente llegada de saharauis a Córdoba, camino de Madrid, me ha dibujado otro tipo de procesión, la del compromiso, mediante la protesta, por la libertad. Ves a un rey de Marruecos que vive como suelen hacerlo los monarcas y no borras de tu mente que él habita en un palacio cerca de los mares donde los marroquíes se tiran a cruzarlos para encontrar una mejor vida. O que unos vecinos cercanos, los saharauis, lleven toda su vida fuera de su territorio, en los desiertos de Argelia, en Tindouf, esperando un referéndum de autodeterminación. Esta semana se han retratado junto a la Calahorra, donde han cogido arena. Me acuerdo de la suya, prestada del desierto de Tindouf, donde la noche refrescaba el hervor de los días, que eran como el fuego eterno, y en sus jaimas tomabas todos los tés del mundo. En aquel desierto vivimos la experiencia de unos muchachos que amanecían con un cielo con tanta claridad que quemaba y que se bañaban en aquella piscina que les habían preparado sus amigos españoles. Las procesiones del Corpus Christi y los palacios del rey de Marruecos me han recordado a estos niños del desierto, abandonados entre el calor del día y el frío de la noche, y a unos gobernantes que perdieron la memoria con la Marcha Verde. Cuando Franco se moría.