En el hemisferio norte, sesenta días después de la Semana Mayor, el jueves posterior al nono descanso y tras la aventajada luna llena de primavera, en la antigua Hispalis se había cumplido con normalidad, aquel 10 de junio de 1971, la fiesta del Corpus Christi. Celebrada ya desde 1426, no alcanzó su perfección hasta los años de la Contrarreforma. Ahora, un año más, la custodia labrada por Juan de Arfe y Villafañe (León, 1535-Madrid, 1603), como hiciera durante centurias, había recorrido las calles del centro de Sevilla. Por entonces aún vivía yo en Triana, circunstancia que me mantuvo alejado de una salida tan singular como la de aquel cortejo barroco de tanto arraigo; el mismo que, desde que se instituyera en la bula Transiturus de hoc mundo por el Papa Urbano IV en 1264, salía también en otras poblaciones del Viejo Continente, como solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, con la intención de divulgar la fe entre los fieles en la existencia cierta de Jesucristo en la Eucaristía. Con el correr de los años, la fiesta del Corpus Domini fue esparciéndose por el mundo y, tras la conquista, también por América del Sur y México, donde el impacto de la Religión católica provocó una fusión con elementos procedentes de la religión popular. Allí el Corpus se sustenta sobre el ritual católico, pero incorpora, en un alarde de sincretismo, elementos de lo más variopinto, como sucede en la fiesta de las Mulas. En ella, incluso hoy en día, para acudir a la celebración se visten los niños con mantos y huarachas, habiendo sido reemplazadas las mulas por reproducciones de barro y papel que los pequeños portan con flores y frutas en sus canastos.

Aquel 10 de junio de 1971, por razones obvias, no pude enterarme de forma inmediata de del episodio acaecido ese día en México, tan negro y luctuoso en la historia de la represión estudiantil en ese país como lo fue, dos años antes, la matanza del 2 de octubre de 1968. En jornadas posteriores, y a través de unos compañeros americanos, supe lo que realmente había sucedido allí: una manifestación estudiantil en apoyo de los compañeros de Monterrey que concluyó en una terrible tragedia muy cerca de la Colonia de Santo Tomás y de Tlatilco; para reprimir una manifestación contra el gobierno de Luis Echevarría Alvárez, un grupo paramilitar creado y dirigido por Manuel Díaz Escobar, vestido con ropa civil, agredió con palos y armas a los manifestantes. Fueron identificados como ‘Los Halcones’, un grupúsculo ilegal que actuaba, de forma subrepticia, al servicio del Estado. La policía se abstuvo de intervenir contra ellos cuando aún se encontraba custodiando las calles por donde habrían de pasar luego los manifestantes.

Por aquellos años la situación en México no era nada fácil para los estudiantes. Tras su llegada al poder, el presidente no cumplió las promesas hechas durante los primeros días de gobierno, aunque sí permitió que líderes estudiantiles de los sucesos del 68, exiliados en Chile, regresaran a su país. A finales de 1970 se había presentado una ley por parte de colectivos universitarios de Nuevo León, en la que se propuso un gobierno paritario, libertad para obreros, estudiantes y campesinos, así como democracia en la enseñanza, entre otras reivindicaciones. Héctor Ulises Leal Flores fue elegido rector al amparo de esa ley. En respuesta, el gobierno redujo su presupuesto, aumentando así la desazón entre los universitarios, quienes en la UNAM y el IPN convocaron un paro que desembocó finalmente en aquellas movilizaciones. El colectivo paramilitar de colisión había sido creado en los sesenta con gentes de procedencia dispar, muy enojadas y sin remordimientos, e igualmente relacionadas con el Partido Revolucionario Institucional. Todos ellos, adiestrados en el empleo de armas.

El resultado sería el Halconazo o Matanza del Jueves del Corpus Christi en el Cerro de Santo Tomás, donde se asienta la Unidad Profesional Lázaro Cárdenas y el Instituto Politécnico Nacional, con un balance de 120 jóvenes asesinados a tiros con armamento de alto calibre. Los heridos fueron llevados al hospital, a donde se desplazaron los paramilitares para rematar su acción. Algunos fueron formados por la CIA y otros en Europa, con el cometido de introducirse en manifestaciones, haciéndose pasar por izquierdistas. Los hechos obligarían al Regente Alfonso Martínez Domínguez y al jefe de Policía, Rogelio Flores, a renunciar a sus cargos, acusando el primero a los izquierdistas, y desligándose de los mismos el propio presidente Echevarría, quien dijo que abriría una investigación para castigar a los culpables. En 2006 fue declarado responsable y, tres años después, exonerado por la matanza. Al no encontrar más pruebas, nadie sería llevado ante los tribunales de justicia. Se cumplen ahora diez lustros de aquel Corpus Christi de sangre, que permanece vivo en mi memoria y ensucia aún la de México.

*Catedrático