Los pies de mi abuela fueron vendados cuando ella tenía dos años». Así empieza el libro Cisnes salvajes, de Jung Chang. Explica cómo su bisabuela, que también había llevado los pies vendados, le envolvió con una cinta de tela de seis metros de longitud, doblar los dedos del pie y romper los huesos con una piedra gorda para aplastar el arco. El dolorosísimo proceso duraba años y las vendas tenían que ser día y noche, porque los pies se resistían y afanaban en recuperar su forma natural cuando se sentían liberados. Ya de adultas, las mujeres podían retirarse las vendas durante la noche. No era un espectáculo agradable, tampoco. Los hombres raramente veían unos pies sin envoltorio, porque solían presentar trozos pestilentes de carne muerta. Hacían daño los huesos fracturados y también las uñas de los dedos doblados, encarnándose contra la planta. La hermana pequeña de la abuela de Chang, nacida el 1917, ya no tuvo que pasar por esto. Por suerte para ella y para todas las mujeres coetáneas y posteriores, esta tortura y condición sine qua non para que una chica se casara había caído en desuso.

Este fragmento me vino a la cabeza el día que estrené unas sandalias para ir a comer con unos amigos. De casa al metro y del metro al restaurante anduve (lo he contado) 690 metros. Poco más de mil pasos. Llegué tarde porque a medio camino entre el metro y el restaurante ya no podía andar bien, arrastraba los pies y cada tramo era una conquista. Las sandalias me habían hecho cuatro llagas meteóricas. No iba lenta porque fuera lejos, iba lenta porque el confort de aquellas sandalias (que no eran nada baratas) había sido una de las últimas prioridades a la hora de diseñarlas. No creo que los usuarios de calzado masculino se encuentren a menudo en estas situaciones, pero los pies de las mujeres todavía son vistos parcialmente como objeto, y no como parte fundamental y funcional de un sujeto.

Y si los zapatos incómodos fueran un caso aislado (recordaré hasta el día que yo muera el dependiente que me preguntó si mi novio era bajito cuando le pedí una sandalia plana) no me encendería tanto, pero si queréis hablamos de pantalones estrechos y sin bolsillos funcionales, biquinis para niñas de cuatro años, biquinis con relleno para niñas de ocho, ropa sexualizada para niñas en general. Ahora viene el verano, será el momento.

* * Escritora y guionista