Vivimos dentro de una época en la que nos toca decidir, como en otras ocasiones, entre lo que María Zambrano distinguía como «el hombre» y «lo humano», entre ser hombres y entre ser humanos. Permítanme, por respeto a la filósofa, usar su propia terminología. Como es natural, siempre que nos toca decidir se debe a que estamos atravesando una gran crisis. De esto último no nos cabe ni la más mínima duda, ni a los afirmativistas ni a los negacionistas, ni siquiera a la «madre que parió a Panete», que decía mi madre cuando se enfadaba con nosotros, sus hijos. Empezaré con «lo humano», que, según María Zambrano, fue lo que dio origen al pensar filosófico, fundamentalmente a ese acontecimiento --que así digo a mis estudiantes-- que llamamos Platón, cuya sombra se ha alargado durante tantos siglos en Occidente. En esa sombra, nunca mejor dicho, nos hemos creído los dueños y señores del Universo, los propietarios de la tierra, los poseedores de la verdad, los amos de la razón que, mezclada con unas simples gotas de poder, ha subyugado durante el correr del tiempo a tantos seres humanos por diferentes motivos, bajo distintas ideologías. Nos hemos acomodado, unos a mandar y otros a obedecer, bajo el poder supremo del concepto, de aquello que popularmente se dice como «de toda la vida de dios», como si supiéramos lo que es el Todo, como si comprendiéramos la Vida y, sobre todo, como si alguna vez hubiéramos sabido quién es ese a quien llamamos «dios». ¡Qué tranquilizadora ha resultado así la Historia de Occidente y qué desastre al mismo tiempo!

Junto a lo humano, y como un fenómeno opuesto, aparece de cuando en cuando «el hombre». En la Filosofía emergió de manera sublime a finales del siglo XIX bajo otro acontecimiento llamado Nietzsche. «El hombre» es el que acepta el vivir concreto, el vivir que transcurre, el estar-siendo que dijo Heidegger. Es la existencia irremediablemente condenada a la búsqueda de la libertad desde la más primitiva individualidad. El ser condenado a ser libre que nos anunció Sartre. «El hombre» es contradictorio, sí, en muchas ocasiones irracional, también; es la primigenia subjetividad que tanto ha molestado a lo largo de los siglos. «El hombre» es aquel cuyo único horizonte es su propia incertidumbre.

Tenemos que reconocer que «el hombre» aparece pocas veces. Estamos tan domesticados que solo cuando «lo humano» corre serio peligro de caer en «lo inhumano» vuelve a emerger «el hombre» que se resiste a la esclavitud bajo el pesado yugo que ostentan los que se creen poseedores de un poder cuasi eterno o dueños y señores de lo que ellos han configurado como la Verdad. Es entonces cuando surge la rebeldía que tanto estorba, sobre todo, a los amos del dinero, sin duda, la única «verdad» de nuestro tiempo.

Creo sinceramente que nos encontramos en uno de estos momentos clave de nuestra existencia en el mundo, por muchísimos factores que van más allá de una pandemia, en el que unos se han vuelto «hombres» porque no soportan más las cadenas que consideran impuestas y otros siguen siendo «humanos» porque no soportan vivir una existencia en la más absoluta incertidumbre.

Tendremos que esperar un tiempo para ver cuál es el resultado de esta confrontación en la que nos encontramos. María Zambrano, como ya lo hiciera anteriormente Nietzsche, nos invitan a la aceptación de la interrelación entre la vida que deviene y nosotros que la existimos, cada uno desde su propia singularidad. No podemos ya, y estoy muy lejos de establecer sobre esto juicios de valor moral, permitirnos «el hombre» en el ámbito de esto que conocemos como Realidad porque nos preceden, como en el caso de «lo humano», algunas barbaries, pero aún nos queda el Arte, para Zambrano la Poesía, en la que podemos ser «hombres» sin que caigamos en ser, como nos recordó el pensador de Röcken, «humanos, demasiado humanos».

* Profesor de Filosofía