Empiezo por decir que la palabra entomofagia no está recogida en el diccionario, que considera suficiente el adjetivo insectívoro para calificar a los seres que se alimentan de insectos, pero el término está triunfando desde que la Unión Europea ha autorizado por primera vez el consumo como alimento humano de un insecto, concretamente el gusano de la harina o larva de escarabajo oscuro (Tenebrio molitor larva) ya sea directamente o como ingrediente para elaborar otros alimentos. Naturalmente la mayoría de los españoles estamos locos de contentos por no tener que consumir estos gusanos en la clandestinidad. Ya tenemos permiso para comerlos sin complejos y a plena luz del día, lo mismo que hacemos con los caracoles, que tanta repugnancia causan a muchos foráneos.

Pienso ahora en tanta harina desperdiciada y tirada a la basura por haber descubierto en ella unos gusanillos; con lo fácil que habría sido, ya enharinados, echarlos directamente en la freidora ¡Si lo hubiéramos sabido! ¿Y los garbanzos perforados? ¿Cuántos cocidos y pucheros podrían haberse hecho con ellos? Ahora, en cambio, acompaña a los insectos un informe muy favorable que alaba sus propiedades nutritivas, respetuosas con el medio ambiente, ya que poseen proteínas de alta calidad y no necesitan para crecer tanto tiempo ni tanta agua como, por ejemplo, las vacas y toda la hierba que estas tienen que comer hasta alcanzar el estado adulto. Por no hablar de sus emisiones gaseosas, nada comparables a las de los inocentes gusanillos. El informe apunta también que en el consumo de insectos podría residir la solución al hambre que azota a continentes enteros. El desequilibrio entre países ricos y pobres no necesita comentarios.

Es cierto que en el mundo se consumen miles de especies de insectos comestibles y que la repugnancia que a muchos, entre los que me incluyo, nos causa es un asunto puramente cultural. Aunque lo cultural no siempre es aceptable --remitámonos, por ejemplo, a las muertes por apedreamiento, sin entrar en los demás detalles que las rodean--. No sé si me acostumbraré a comer larvas de escarabajo, grillos o saltamontes; ni siquiera sé si resistiré ver cómo otros los disfrutan, por mucho que los que los prueban digan que son exquisitos. Si la idea prospera, no soy capaz de imaginarme en el futuro, ahora que ya podemos ser entomófagos oficialmente, las barbacoas de los domingos.

* Escritora y académica