Los acontecimientos en la frontera española y europea de Ceuta vuelven a manejarse como arma arrojadiza en el fango político para fragmentar y debilitar todavía más a España. ¿Hasta cuándo Catilina? Dejen ya de abusar de la paciencia de los españoles. Del principal partido de la oposición aún me espero algo más de sensatez, en la línea de Feijoo, lo que no ha sucedido todavía, pero es que ahora viene la ultraderecha sacando pecho, nunca mejor dicho, ¿para pedir qué? ¿Hace falta que recordemos los fiascos que jalonan nuestra historia en los que pésimos políticos caciquiles y autoritarios y militares sin honor condujeron a los pobres hijos de la patria a la derrota? Ya está bien de pedir patria y guerra desde el atril para que luego vayan a morir los hijos de los demás. Es de justicia denunciar el discurso de estos «salvapatrias» que quieren ocultar la realidad de un problema complejo, con la siempre fácil solución de la arenga inútil. Tengo que denunciar no solo a Puigdemont por aprovechar --como siempre hacen los independentistas catalanes desde finales del siglo XIX-- cualquier momento de debilidad del Estado para sacar rédito. Tengo que acusar también a quienes de modo injusto, inhumano, anticristiano e insensato anteponen sus intereses electorales a los de la patria a la que tanto dicen amar. Confío en que la sensatez de la oposición y el Gobierno se imponga para dejar en ese lodazal a quien merece estar aislado en él. Tengo que criticar, desde luego, a quienes no han sabido medir ni manejar diplomáticamente una complicada labor humanitaria, necesaria al fin y al cabo, aunque a Marruecos siempre le baste con aprovechar cualquier excusa: con Rajoy fue el yate real. Y finalmente, tengo la obligación de denunciar a una tibia Unión Europea que duda demasiado cuando de su política internacional se trata, sobre todo si afecta a algunos socios. Duda tanto que hasta su lenguaje es tibio cuando utiliza la expresión «enclave español» para nombrar a Ceuta y Melilla.

Las relaciones de España con Marruecos han marcado buena parte de nuestra historia reciente y no tan reciente. Durante el siglo XX la gestión de los asuntos con Marruecos, todos conducidos por gobiernos españoles autoritarios, influyó de manera directa en nuestra política nacional. Recordemos: el desastre de Melilla, el de Annual, Primo de Rivera, Alfonso XIII, los militares africanistas y las derivadas que ello causó, Sidi Ifni y la Marcha Verde. No parece, pues, que sus actuales herederos ideológicos puedan dar muchas lecciones.

En todo caso, a Marruecos cuando se le complica su situación interna utiliza el recurso dialéctico y diplomático para ocultarlo. Siempre sabe aprovechar favorables situaciones externas y la debilidad del enemigo al que derivar la atención de su pueblo, pivotando entre España, Argelia y en menor medida Mauritania. En el caso de España conoce que nunca la encontrará unida frente a su posición de fuerza.

En 1975 la situación política de España era extraordinariamente débil. Marruecos aprovechó el contexto para lanzar una estrategia militar, que ahora denominamos estrategia híbrida, y que consistió en crear lo que se llama una zona gris. Esta estrategia radica en crear condiciones para obtener réditos políticos, militares o económicos, que generen una situación de conflictividad que no traspase las líneas del derecho internacional y que no llegue a ser una guerra abierta, pero que condicione las decisiones internacionales en favor de quien despliega dicha estrategia. Al respecto, la marcha emprendida por miles de marroquíes sobre el territorio que ni entonces, ni antes, ni nunca había formado parte del reino de Marruecos, generó las condiciones para articular aquella reivindicación «histórica».

De los errores de entonces, España, los saharauis y la comunidad internacional no se han repuesto y las resoluciones de Naciones Unidas nunca se han cumplido.

Marruecos es consciente de ello y en apariencia actúa con el apoyo implícito y explícito de Washington. Ahora ha creado de nuevo una zona gris, ha bajado la guardia en su frontera con España y Europa para favorecer un éxodo masivo de desesperados migrantes que buscan un futuro mejor fuera del régimen alauí. Bordea el cumplimiento de los acuerdos con España para la vigilancia de fronteras como represalia por haber acogido en un hospital de Logroño al líder del frente Polisario Brahim Ghali.

No tengo datos para saber si el Gobierno español ha medido suficientemente bien el peso que hoy día tiene la posición marroquí en relación con el Sahara occidental. Supongo que sí sabe que Marruecos es ahora un aliado musulmán estratégico para Estados Unidos en su política de apoyo a Israel. Aunque nuestra política de compromisos con Naciones Unidas no debería estar condicionada por ello, sí hay que saber calibrar la importancia de este factor.

¿No tienen claro todos los políticos que una vez más Marruecos ha empleado la estrategia de la zona gris? Esta estrategia puede ser de más largo alcance y no limitarse al Sáhara sino pretender a largo plazo la anexión sobre las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Ni el derecho internacional, ni la historia, ni las relaciones de buena vecindad le avalan, pero el objetivo marroquí de convertirse en la gran potencia del norte de África y consolidar la autoridad de su monarquía frente a cualquier síntoma de debilidad interna (y podría haber muchos) le empujan en esa dirección.

Si ese es el camino, el escenario puede favorecerle. La falta de reacción rápida y contundente de Europa, el apoyo norteamericano a un aliado musulmán en favor de la causa israelí, el manejo de los flujos migratorios y el control del integrismo y las rutas del tráfico de drogas, juegan a su favor. Pero, sobre todo, a ello se une la polarización de nuestra política con políticos que no quieren apoyar al gobierno, ni siquiera para defender a España en pos de la razón de Estado que le asiste, y el chantaje al que algunos, que se llaman de izquierdas, someten al gobierno por sus propios intereses territoriales y electorales. Marruecos no tiene prisa, pero sí condiciones y voluntad para fortalecer su zona gris. Los políticos españoles deben tener altura de miras no solo para gritar «España» sino también para saber defender los intereses de la mayoría y no los de unos exaltados de la nada con banderas y soflamas patrioteras, que solo ofrecen el «abismo redentor», como siempre han hecho.

** Catedrático. Universidad de Córdoba