Creo que, en estos procelosos días de los dichosos comicios de Madrid, el público ha acudido con estupor, impávido y admirado, a los diversos posicionamientos y movimientos ideológicos de los partidos políticos, que se giran de derecha a más derecha, de derecha a centro, de izquierda-centro a izquierda más izquierda...

En una total ceremonia de la confusión todo ello me recuerda a las palabras de Groucho Marx: «Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros».

Quizás lo que ocurre es que todos los diversos partidos políticos descaradamente marcan su táctica para seducir a una masa determinada de votantes, a los que, en el fondo, les están diciendo que, aunque en la campaña electoral se les prometa algo, esto es solo para engatusarlos y conseguir su voto, porque, una vez conseguido, dicho partido político va a actuar como le venga en gana.

Y, lo que es peor, es que todo ello viene a decirnos que en realidad muchos de los partidos no tienen en sí un programa de actuación claramente definido, que deba ser mantenido contra viento y marea, con honestidad y coherencia que sería de agradecer, independientemente de si se les vota mayoritariamente o no. Esto sería lo ideal. Y que a la vez los distintos partidos fueran capaces de dialogar en base a sus diversos programas, que pueden enriquecerse y mejorarse en ese diálogo. Esta es una de las claves de la estabilidad política de un país, ajena a la lamentable crispación que estamos viviendo.

Por otro lado asisto con estupor a una entrevista en televisión en la que dos destacados exministros defienden que las Cortes no están para controlar al rey... Y se quedan tan panchos. Cuando justamente esta es la diferencia que existe entre la monarquía absoluta y la constitucional... Lean la prensa romántica del XIX... Digo esto con mi absoluto respeto por nuestra monarquía, que es constitucional.

Y en televisión también oigo a un importante y formado diputado, que confunde un capítulo de la Constitución de 1931 con otro de la Constitución de 1978...

Es por ello que ya no me extraña que la clase política se esté convirtiendo en un problema para los españoles... Problema que espero pasajero, porque aún tenemos políticos valiosos y honrado.

Si estudiamos el siglo XIX podemos deducir, con los liberales románticos, que lo que define a la democracia no es el ritual -necesario, pero no suficiente- de las votaciones, sino que efectivamente el pueblo tenga la garantía, por la soberanía popular, de poder controlar el poder de los políticos, que no pueden ir por libre, porque en definitiva, como vio Rousseau hace ya años, en el siglo XVIII, son simples representantes de esa mayoría por el contrato social.

En fin, el siglo XXI ha entrado con una enorme fuerza, y espero que la embestida no haga crujir los cimientos de nuestras aún confortables sociedades occidentales. Pero está claro que la democracia del siglo XXI, y sus constituciones políticas, requieren elementos más efectivos de control del poder por parte de los ciudadanos, con nuevos resortes.

De lo contrario todo este inmenso tinglado político se convierte en un artefacto vacío, que corre el peligro de derrumbarse.

* Catedrático de universidad y escritor