Con internet, vivimos un punto de inflexión en el curso de la historia. Porque este nuevo universo digital es tan infinito como el físico, pero a diferencia de este, todo es instantáneamente accesible al individuo. ¡Qué fuerte! Como no podíamos ir a distintas partes del universo porque no viajamos a la velocidad de la luz, hemos inventado un firmamento infinito a nuestra medida y encima nada imaginario porque sus recursos tienen consecuencias en la realidad física. Y esto va a más, tanto, que no sabemos cómo se configurará la nueva existencia. La realidad virtual nos ha elevado a lo que siempre hemos querido ser: dioses. Somos omnipresentes y tenemos el poder de cambiar las cosas tocando una tecla como cuando Dios sopla. Sin embargo, algo falla y parece que ser dioses no es lo nuestro. La prueba es que el mundo no es más feliz que antes de internet. El ser humano vuelve a pegarle un bocado a la manzana podrida teniendo todo un bosque lleno de frutas sanas. Porque como en el Edén, no buscamos el conocimiento sino el poderío. Y así, tristemente, internet está anulando distancias para separarnos más.

Pero aún estamos a tiempo de todo y podemos ser dioses buenos cogiendo el camino del buen fin. Casi todos tenemos la prueba de que, si nos concienciamos, internet puede ser un instrumento mágico de sublimes intenciones y por tanto de preciosos resultados. Y ahí va mi ejemplo: cuando yo era chico siempre estaba en la calle. Bueno, yo y la multitud de niños que poblábamos la calle Núñez de Balboa del polígono de la Fuensanta y ese bloque de siete plantas que sigue ahí y que para nosotros tiene tanta majestuosidad como las pirámides de Egipto porque es testigo de una niñez sencillamente espectacular. Esos tiempos pasaron y las circunstancias de cada cual nos llevaron por distintos derroteros. Y aunque llevábamos 30 años sin vernos, nos llevábamos en el corazón. Pero la vida nos desperdigó y no sabíamos nada los unos de los otros. Y aquí viene el buen uso de internet porque gracias a las redes sociales –pero sobre todo al interés del José, el hijo del carpintero de la tercera planta-- hemos conseguido reunirnos gracias a un grupo de wasap que hemos bautizado como ‘Fleichener’. Porque, aunque contra este cariño nada pudo hacer el tiempo porque en el afecto auténtico, como cuando se viaja a la velocidad de la luz, no pasan los años, gracias a internet conseguimos abrazarnos. Así que por Dios no perdamos más tiempo y usemos las redes para hacer el mundo más bonito. Todo lo que es usado con amor es válido porque es el amor lo que nos hace dioses y no el poder. Y ya para terminar, como sé que todos ellos van a leer esta columna porque también se publica en el diario digital y porque la voy a compartir en el grupo de whatssap, grito a mis colegas de la infancia: ¡Viva el barriooo, viva la Fuensantaaaaa!

*Abogado