Como los pasillos de tu casa, las calles y rincones de tu ciudad pueden hacérsete invisibles a fuerza de transitarlos. Las ilusiones desplegadas por tu vivienda cuando te instalaste en ella van perdiendo, poco a poco, la efervescencia de lo imaginado, la fantasía de los proyectos y el calor de lo deseado, de manera que -humana es la perpetua insatisfacción- nunca acabas de redondear lo que quisiste en un tiempo que ya no recuerdas. Si injusto es tratar con ese desdén del presente el anhelo que en un momento remoto supiste instalar en tu casa, igualmente injusta es la consideración de mero escenario con que la costumbre te intoxica cuando paseas tu ciudad. Pasa en todas partes, también en pueblos, parajes campestres, costas de nuestros recuerdos, cuando los afectos se ven sustituidos por los hábitos de lo cotidiano.

Así, hay ciudades que son un privilegio inconsciente para sus habitantes aunque a veces no tengan la certeza de saberlo a fuerza de vivir entre sus goznes las penas, las alegrías o miserias y los encantos regulares con que regala o castiga la vida. Quizás unas pocas ciudades en el mundo sean conscientes de ser incomparables de un modo u otro, de la sinrazón que producen, siquiera sea solamente por un espíritu inasible que han sabido profesar y proyectar en el mundo. Pasa con Sevilla, que más que una ciudad es una fe, una religión, un primer y único Mandamiento para sus hijos, y con París, con Londres, con Roma, con Viena, con Budapest, con Praga, con Edimburgo, con Nueva York y con miles de pequeños y grandes rincones repartidos por el mundo. Y luego hay otras que son sistemáticamente puestas en solfa por sus naturales, como Madrid o Buenos Aires, de manera tan masoquista como injusta. Pero existe una en la que el sentimiento que sabe insuflar en los corazones trasciende la mera pátina que su enorme historia rezuma e impregna. Una ciudad donde la sorpresa de la vista o el olfato son los heraldos que anuncian la certeza del gusto, el oído y el tacto. Una ciudad levantada para ser amada siempre. Un pálpito indefinible porque sólo el alma puede aprehenderla. Es Córdoba.

*Escritor | @ADiazVillasenor