Realizo un doméstico experimento cultural: le pongo a mi hijo adolescente música de Bach. No juego del todo limpio. La música que llega a sus oídos es Bach, sí: el Preludio en La Menor BWV 847, una parte de El clave bien temperado, pero versionado e interpretado a la guitarra por Gil Dor y cantado por la privilegiada, cristalina, magnífica voz de Noa. Mi hijo escucha la letra (que es también de Noa), muy atento: «Mi cuerpo hace cosas que no comprendo / No me digas que me calme, no puedo! / Oh, mamá, hay muchas cosas de las que no te das cuenta / Sólo mírame / soy más listo de lo que tu serás jamás / Tengo un corazón de oro».

Mi hijo piensa lo mismo que yo, pero por distintas razones. Sí que es moderno este Bach, a pesar de que esta música tiene 300 años. La versión ha añadido a la pieza un toque de swing, pero sigue sonando a Bach. La letra hace hablar a un adolescente de hoy, aunque Bach nunca vivió nada parecido y a los 14 años ya estaba estudiando música en la prestigiosa Escuela San Miguel, de Luneburgo. En esa misma época se cree que el compositor escuchó el sonido de uno de los órganos más famosos de su época, el de la iglesia de San Juan, que marcó sus gustos, su sensibilidad y, sin duda, su talento. El Bach adolescente comenzó a ser lo que sería el resto de su vida. Aunque ignorara qué cosa era la adolescencia, fue para él lo que para todos los de su edad: una etapa de construcción de sí mismo. También él se habría identificado con la letra de Noa.

La cantante de origen israelí Ajinani Nini, más conocida en todo el mundo como Noa, tiene tres hijos, el mayor de los cuales tiene hoy 20 años. Es decir: conoce bien esa adolescencia de la que escribe. Me gusta que, a pesar de eso, su mirada sea cálida, reivindicativa, contundente, un alegato nada tibio a favor de los demonizados adolescentes. Un canto a ellos, a su decisión, a su alegría, a su capacidad de amar. Su letra nos dice, entre humor y ritmo: compréndelos en lugar de juzgarlos. Una máxima aplicable a todo, a todos, en todas partes.

*Escritora