Hay un valle del Perú, famoso por la riqueza de su territorio, cuyo nombre, Jauja, suele asociarse a todo lo que quiere presentarse como tipo de prosperidad y abundancia. En Córdoba hay otra Jauja, pedanía de Lucena, famosa por ser la cuna de José María El Tempranillo. ‘La tierra de Jauja’ es el título de un paso del actor y dramaturgo Lope de Rueda (1510-1565) que nació en Sevilla y murió en Córdoba. En este paso, el autor, por boca de Panarizo y Honzingera, deja volar su imaginación en cuanto a la variedad, abundancia y exquisitez de los productos alimenticios que en esa tierra están al alcance de cualquiera sin que haya que comprarlos ni pagarlos. Sírvanos de ejemplo esta pequeño fragmento: «En la tierra de Jauja hay unos árboles que son de tocino. Y las hojas son de pan fino, y los frutos de estos árboles son de buñuelos, y caen en el río de la miel, y ellos mismos están diciendo: máscame, máscame».

Pues en todo esto pienso cuando paseo bajo los árboles del bulevar Gran Capitán y veo un zapatito de bebé colgando de una rama; se ve que manos bienintencionadas lo han puesto a salvo de perros, gatos o patadas de niños, que lo usarían para jugar al fútbol. No sé si esta operación de salvamento obedece a algún código secreto que desconozco, pero tomo nota, por si alguna vez mi nieto -quince meses empeñados en quitarse zapatos y calcetines en cuanto se aburre- los pierde. Si llega ese día, cosa que no me extrañaría nada, porque es una actividad que le divierte muchísimo, espero recordar que debo buscarlos no en el suelo, como sería lógico, sino en los árboles.

Se me ocurre también que podríamos usar los árboles a modo de una Jauja de objetos perdidos. Por qué aprovecharlos solo como expositor de zapatitos. Ya me gustaría encontrar colgados de los árboles el guante que perdí camino de un entierro, el paraguas que compré en Florencia y se llevaron «por equivocación» del paragüero de la peluquería, las gafas de sol de marca, mientras comía en un buen restaurante, el anillo que dejé en el lavabo tras lavarme las manos, que desapareció en fracciones de segundo, las llaves de coche extraviadas en un aparcamiento, el abanico que presté, el monedero que no presté... Los ataques de honradez solo funcionan con los zapatitos de bebé. La pérdida de otros objetos parece tener más relación con El Tempranillo.

* Escritora y académica