Tras un periodo de avance en la presencia pública femenina, las fotografías de las noticias institucionales de los periódicos han vuelto a llenarse, paulatinamente, de paisajes de trajes oscuros y corbatas. No es que las mujeres hubieran alcanzado gran presencia y ahora regresen a sus cocinas, pero ya iban teniendo su huequito. La crisis recortó los espacios públicos y representativos, y empezaron los codazos de los varones, más eficaces que los de ellas, de manera que a los centros de decisión volvió (no es que se hubiera ido) la uniformidad masculina, que para eso ellos son los que saben cómo llevar el mundo (a la vista está).

Nos esforzamos mucho en los medios de comunicación para dar a conocer a las mujeres que destacan aunque ya haya menos en primera fila, a las científicas, a las profesionales, a las académicas, a las investigadoras, a las escritoras, a las artistas, a las trabajadoras, a las directivas, a las poetas... Las señoras están por todas partes, pero menos en los primeros puestos de mando, y el pasito atrás que se dio como consecuencia de la crisis económica del 2008 no se ha recuperado. Con la nueva crisis del covid no se avistan horizontes de mejoría.

Otra cosa son las señoras políticas, benditas sean, que se visten de blanco, o de rojo –como Isabel Díaz Ayuso y Mónica García, hermanadas en el bermellón, y solo en eso, durante el debate televisivo de la campaña de la Comunidad de Madrid- , o de colores fuertes, para destacar en las fotos. En eso la maestra fue nuestra exalcaldesa, Rosa Aguilar, o quizá la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, no sé cuál de ellas se adelantó y no pienso pronunciarme, ya me guardaría. En Madrid hay tres mujeres encabezando listas electorales, que, cuando cierro estas líneas, no sé cómo habrán quedado. En Andalucía, si consiguen eliminar a Susana Díaz desde su propio PSOE, y con Teresa Rodríguez disminuida, volverá el paisaje de ternos masculinos, salvo que Macarena Olona encabece la candidatura de Vox. Ellas, al menos, están por aquí y por allí, y se las ve, sobre todo a nuestra Carmen Calvo.

Pero distinto es el pueblo llano, o la clase media académica o profesional. «Con el trabajo que tengo -me dice, L., autónoma y sufridora en su negocio-, y luego la casa y la familia, no estoy yo para ir a la reunión de la asociación de empresarios». «¿Ni siquiera con un vestido rosa claro para destacar en la foto?», le pregunto. «Mira que luego los balances los haces tú después de la cena», insisto sin éxito.

Me enfado un poco con ella. «Haces mal», le digo, acabo de leer un informe en el que se dice que uno de los motivos por los que las mujeres no avanzan más hacia puestos directivos, o de relevancia, es porque hacen muy poca vida social. Que no basta con tener cualidades, formación o ser eficiente. Que hay que relacionarse, no sé, ir al bar, jugar el campeonato amateur, dar una barbacoa en tu casa, asistir a conferencias e inauguraciones... L. me cierra el teléfono en las narices con un «voy cuando no tengo más remedio, y eso es lo que hay».

Fatal, L. No sigues las recomendaciones del management actual. Aunque, bien mirado, la señora Von der Leyen sí debe haber participado en todo tipo de actos sociales y tanto esfuerzo no le sirvió para que Erdogan le dejara el sitio bueno en su recepción a la Comisión Europea. Le dolió, dijo en sede parlamentaria. Y a mí, que no estaba. Eso sí, el cargo y el mando lo tiene indiscutiblemente, por poco que eso agrade a los Recept Tarik del mundo.

Lo de la vida social para medrar no es nada nuevo. Ya lo contaba Cicerón, que se fue a vivir a Roma porque desde provincias no prosperaba. Y, más cercano lo retrata Berlanga en ‘La escopeta nacional’, con el empresario textil encarnado por José Sazartonil intentando hacer amiguitos poderosos en una cacería. Pero que se especifique en un informe que la ausencia o presencia de vida social activa influye en el éxito profesional de las mujeres es la primera vez que lo leo. Había escuchado hace años a dos políticas cordobesas (no digo de qué partido), quejarse de que las reuniones del comité ejecutivo eran siempre a las ocho y media de la tarde: «Claro, a ellos les encanta, así no tienen que ir a casa a bañar a los niños, y luego se toman su copita». Entonces me quedé a cuadros. Pero ahora lo comprendo, es la copita que te hace prosperar.