Un antiguo compañero de trabajo, haciendo patria del terruño, no se cansaba de decir que su pueblo es como Nueva York, pero en chiquito. Los Yankees nunca batearían en las segadas eras, pero mejor disfrute sería soltar a los galgos. No bajarían desde tan alto los confetis como en la Quinta Avenida, pero gloria era salir con su jaca y su carreta hacia la aldea del Rocío.

Esa escala de retorno también ayuda a desactivar el efecto capitalino. Las ciudades pequeñas se asfixian en la endogamia de lo provinciano. El periplo obliga a hacer mundo para encontrarse, ejerciendo de maletilla con el destino porque en tanta Nueva York chiquita en más de una ocasión te comías los mocos. Luego retornabas a tu Ítaca, como un indiano en experiencias pero bien achantaditas esas ganas de comerse el mundo. La cosa está cambiando, ahora que la OCU nos ha situado en la pole position de las ciudades mejor valoradas por los ciudadanos. Y a la cola de ese índice nacional, Madrid y Barcelona, nuestras islas de Ellis cuando querías imaginar un futuro próspero.

Visto que las tribulaciones del procés le han hecho un gran favor, cediéndole el primer puesto en el PIB, la capital de Reino se ha enchulado. No se conforma con flamear las siete estrellas de la Comunidad, sino que actúa como Ciudad Estado. Y nada de la brumosa opulencia de Hamburgo. Madrid se espeja en la Atenas de las Guerras Médicas, lanzando fervientemente la crispación cual los dados de un trilero. En este histriónico maniqueísmo, llega viento en popa una candidata presidenta con la mixtura del fervor de una Virgen guadalupana y la cruel beldad de una mala de Disney. Aquella que paradójicamente le ha endosado el papel de afrancesado a un hombre menguante asido a su coleta, esa melena larga que, al agarrarla, evitaba que se ahogasen los marineros. Ya no hay sociatas como los de antes, porque a Gabilondo le han impedido invocar el latín de Tierno y mezclarlo, que no agitarlo, con una virtual encarnación de Susana Estrada.

No hay quien pueda con los topicazos y más que nunca, Madrid es un auténtico rompeolas, donde no solo se come el mejor pescado y se peregrina a la Latina para ponerle unas velas a santa Lina Morgan. En estas elecciones se toma el pulso a un populismo libertario, que emborriza el pragmatismo con un desafiante porque yo lo valgo. Y al otro lado, la troika con los exvotos de la Plaza de Colón, mareando la perdiz con el día después del estado de alarma. Esto es España. Esto es Madrid.

* Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor