El nonagenario Benedicto XVI conserva semiplenamente intactos su admirable capacidad cognitiva y prodigioso talento, según lo testan las espaciadas entrevistas que concede a los grandes medios informativos. Catedrático descollante de una Universidad muy acreditada en el cultivo de una disciplina casi yerma en España --la Teología--, la escasa estima de nuestra sociedad por la cultura ha reducido el ámbito de difusión del rico pensamiento ratzingeriano. Ajeno a un público en extremo especializado, en tanto que en los cuadros de la ‘intelligentzia’ la imputación de ser «el Inquisidor» del papado de S. Juan Pablo II sirvió de pretexto para la marginación de una ciclópea al tiempo que apolínea obra, en la que la profundidad conceptual y la tersura expositiva se adunan de forma envidiable. Por desgracia, la atracción y familiaridad con la gran literatura de los Siglos de Oro españoles no compensaron tal desvío en el seno del catolicismo tradicional hispano, de muy menguada, hodierno, sensibilidad cultural, importará repetir. En los antípodas temperamentalmente de su antecesor, la empatía espontánea de los católicos alemanes por lo hispano no encontró, finalmente, los cauces adecuados para su positiva decantación. Solo la dignidad y elevada responsabilidad de Benedicto XVI al abandonar la tiara pontificia despertaron en la masa confesional del país una actitud de abierta empatía con el Papa Emérito, aún mantenida.

Ni siquiera por vía aproximativa el pontificado de Francisco es susceptible de una valoración mínimamente avalada por la historia. Muy representativo respecto al carácter e ideología de los argentinos pertenecientes a la «Italia del exterior», con sus típicos tópicos antiespañoles, el papa Bergoglio ha conectado, pese a ello, con la Iglesia española de manera peraltada. Su impactante cercanía con los humildes y marginados, de un lado, y, de otro, su implacable crítica de los poderes de las finanzas y el mercado han provocado la confluencia de las elites intelectuales y de las masas conservadoras en la recepción entusiasta de su mensaje «populista» pero no, claro es, demagógico.

Mas ni a Clío ni a sus servidores cabe todavía demandarles juicios perentorios y prematuros en punto al verdadero influjo de su actuación en la Iglesia española. A la fecha es imposible conocer el estadio cronológico en que se encuentra su pontificado.

* Catedrático