Yo, la verdad, creo que sí, pero en sentido contrario; o sea, no. Yo, la verdad, apelaría al pueblo, que siempre siempre es el que acaba sufriendo la violencia de los que nos manipulan; apelaría a la bondad que cada cual da a los suyos; al sueño de vivir en paz. Pero yo, la verdad, estoy lleno de dudas e inquietudes con este pueblo, porque, con sorprendente facilidad y espíritu servil, se deja convertir en masa; porque durante más de estos cincuenta años que llevamos andando, lo he ido viviendo día a día, palabra a palabra, mentira a mentira, en sus dirigentes, intelectuales, escritores, artistas, periodistas; y yo, la verdad, me he ido llenado de estupor hasta ahogarme en desolación, viendo que nosotros, que heredamos de nuestros padres la heridas restañadas, volvíamos a abrir esas heridas en las escuelas, en las universidades, en los libros de Historia, en las tertulias de radios y televisiones, en los artículos periodísticos; en esta patraña de autonomías que nos inventamos para liar más el lío y que prosperasen las nuevas hornadas de arribistas. Y empezaron a eclosionar, poco a poco, palabra a palabra, tertulia a tertulia, los huevos del enfrentamiento social, cultural y hasta familiar. Ahora, ya volvemos a tener montado el cacao. Yo, la verdad, me lleno de tristeza, porque me martillean cada día y cada noche las mismas preguntas: ¿Será que, tras dos siglos de rencores y revanchas, ya tenemos fraguado para siempre un carácter y una historia, y no hay esperanza? ¿Sabremos ya para siempre que acabará siempre en violencia cualquier intento de desatarnos este nudo de tragedia melancólica? ¿Viviremos expulsando siempre al paredón o al exilio a los otros que no son de los nuestros? ¿Estaremos ya para siempre condenados a esta miseria política, social y cultural? ¿Vivirá siempre el pueblo poniendo su sangre para alimentar a otros, que cuando nos aprieten el nudo de su violencia, nos abandonen y luego, calmada la violencia, regresen encabezando la manifestación de la concordia, para enseguida ponerse a restaurar los nidos de sus intereses e incubar en ellos los huevos de otra violencia, verlos eclosionar, alimentar a las nuevas crías con los mismos gusanos y las mismas larvas? No; yo, la verdad, no quiero resignarme a ser pueblo sin esperanza.

** Escritor