Los telediarios de abril nos han traído a Cirrus, un nuevo amigo dispuesto a convertirse en un vecino más del barrio a la hora de ejercer su labor. Traducido del latín su nombre es «mechón de cabellos», lo que puede llevarnos a evocar a Salvatore Adamo o a pensar que contamos con nueva peluquería en la zona. En realidad es el tipo de nube más alta que puebla nuestros cielos y también el nuevo supercomputador de la Aemet, que multiplica por diez la potencia de su antecesor Nimbus y que promete no solo afinar sus pronósticos y llevarlos a nuestro entorno más inmediato, sino también hacer aún más atractivos los análisis meteorológicos en la pequeña pantalla.

Así que, a poco que cumpla, se convertirá en uno de más de la familia como lo eran el entrañable barco K y el anticiclón de las Azores en las pizarras de Mariano Medina o los «cielus casi despejadus» que Pilar Sanjurjo, con acento gallego, transformó en fórmula infalible contra las veleidades meteorológicas cántabras. Por no hablar del sufrido bigote de Eugenio Martín Rubio o recordar a José Antonio Maldonado haciendo el programa desde el campus de Rabanales. También a muchos otros, hasta llegar a los formatos, herramientas y contenidos introducidos por Mónica López que, sin merma de rigor y con un especial desparpajo y simpatía, sigue desarrollando Silvia Laplana. Su antecesora, a modo de sketch de alerta sobre el cambio climático, simuló en su día, en colaboración con la OMT, una posible información del tiempo para el 10 de agosto de 2050. Apunten los que prevean estar frente a la tele ese día: 49 grados en Córdoba. A ver si acierta. Puede que hasta se quede corta.

Posiblemente si se hiciera una encuesta sobre cuál es, año tras año, la sección de los telediarios más popular entre los espectadores la elegida fuera la del tiempo. Es una de las pocas que ha sabido evolucionar no solo conforme a la propia ciencia meteorológica, sino incorporando temas, tecnologías y elementos atractivos, combinando noticias y divulgación científica , buscando la participación de los televidentes y llevándonos, cada vez más a menudo, fuera de nuestro planeta. Últimamente hasta pudimos contemplar infográficamente el supercirrus de 1.800 kilómetros de longitud y 150 de ancho que vive sobre el volcán Arsia Mons de Marte, dos veces y media más alto que el Everest. Cuando no el techo del plató transformado en la bóveda celeste hablando de las Líridas.

Incluso el tiempo marciano le llega a la NASA de manos españolas a través de MEDA, una pequeña estación meteorológica, desarrollada en Torrejón por el Centro de Astrobiología del INTA, de la que va provisto el Perseverance. Se encarga de medir diversos parámetros como viento, presión o temperatura. Y muy especialmente los relacionados con el gran enemigo: las tormentas de polvo. Sus datos dieron luz verde al histórico vuelo del Ingenuity. El pequeño dron se alzó sobre las arenas del planeta rojo portando en su estructura un minúsculo trozo de ala del avión con el que volaron por primera vez los hermanos Wright.

Y es que a los americanos gustan de darle un toque «local» a sus programas espaciales. Estos días, en que añoramos la Feria del Libro, pocos, salvo los muy aficionados a la SF, habrán reparado en el nombre dado al lugar donde aterrizó su Rover: Octavia E. Butler (además con E de Estelle), posiblemente la primera gran escritora norteamericana del género. Negra, feminista y adelantada de la ficción especulativa sobre temas raciales, conflictividad social o sexualidad. La cosa es que se aficionó a escribir ciencia ficción tras ver ‘La diabólica chica de Marte’, un film de serie C o D, pero que tiene su atractivo para los incondicionales dado que la malvada protagonista, en busca de hombres para «repoblar» su planeta era Patricia Laffan (la Popea de ‘Quo Vadis’) enfundada en un traje de cuero negro (fue luego empresaria de moda) y acompañada de un robot con aspecto de máquina expendedora de refrescos. Ella y Claudette Colbert han sido las dos Popeas más perversas de la historia del cine. Un buen momento para recuperar los libros de Butler.

Los chinos no se quedan atrás. Pero prefieren la poesía. Si quieren ustedes prepararse para las aventuras marcianas que nos aguardan en mayo lean en este abril a Qu Yuan cuyo poema ‘Tianwen’ (Preguntas al cielo) da nombre a la misión oriental que, en órbita marciana, espera el mejor momento para hacer descender su rover y de paso revelar su nombre decidido por votación popular. Qu Yuan, camino del cielo, atravesaba los cirros en un carro tirado por ocho dragones en busca de nuevas rutas. De paso se cuestionaba quién contaba los cuentos al comienzo de la antigüedad, a quién preguntar cuando el arriba y abajo aún no estaban formados y cómo distinguir cuando lo claro y lo oscuro se confundían. Y es que ya en el s. IV aC. para los hijos del Celeste Imperio el firmamento era como su casa.

* Periodista