Habíamos salido de clase de la Ponti de Salamanca Pepe Aranda, Ángel López Alegre, José Ángel Costa Berni y yo y caminábamos ligeros por la Avenida de Portugal para pararnos en uno de aquellos bares donde cordobeses y extremeños descubrimos que cada cerveza o vino que te tomabas llevaba incluida, gratis, una tapa. Era el 25 de abril de 1974, nuestro último año de Filosofía Pura, una carrera que nos había servido, entre otras cosas, para vivir en una de las ciudades con más historia, arte y belleza de España, conocer los itinerarios de Unamuno y hacernos compañeros de Juan Antonio Calderón Arce, un empedernido sabio de Aguilar de Campoo que nos enseñó a comportarnos, como era debido, con los libros y en los bares, espacios que reconocía de sobra. Allí, mientras tomábamos ese mediodía de hace 47 años un tinto con jeta, farinato, morros, torreznos, patatas o ancas de rana como tapa gratis empezamos a conocer algo de la política que rondaba por el mundo, que en España vivíamos en la dictadura de Franco. No me acuerdo si fue por la radio, por la televisión de aquel bar o por los comentarios de los clientes –todavía los teléfonos eran de cabina y no había móviles, ni ordenadores, ni Internet-- pero la noticia de aquella mañana se quedaría ya para siempre grabada en mi mente como una primavera de claveles rojos adornando cañones de fusiles.

Estábamos a unos 500 kilómetros de Lisboa donde a las 0.25 de aquella madrugada Radio Renascença había puesto la canción revolucionaria de José Alfonso Grândola, vila morena, prohibida por el régimen. La dictadura de Portugal de Marcelo Caetano se derrumbó y los claveles que se llevaba una camarera de un banquete suspendido se convirtieron en la imagen de la paz de aquella incipiente democracia. Un soldado que aguardaba con su tanque en la plaza del Rossio le había pedido a la camarera un cigarrillo. Como no tenía tabaco, le dio un manojo de claveles de los que el soldado puso uno en su cañón y el resto los repartió entre sus compañeros, que los colocaron en sus fusiles, como símbolo de que no querían disparar las armas. Fue la Revolución de los Claveles, aquel momento de la primavera de 1974 en que nosotros, jovenzuelos estudiantes universitarios en Salamanca, españoles todavía inexpertos y nada enterados de política, empezamos a comprobar la diferencia entre dictadura y democracia. Algo que nunca olvidaríamos.

El periódico ha publicado esta semana en sus páginas de Nacional la foto de una conocidísima familia catalana al completo, los padres y sus siete hijos, con el título «El clan Pujol, al banquillo por organización criminal». Aunque Convergencia Democrática de Cataluña fue un movimiento político que nació aquel año de 1974 en torno a Pujol, el ahora ya ex honorable fue detenido en 1960 por protestar contra la dictadura de Franco. Por eso lo colocábamos en la leyenda de nuestra juventud en Barcelona, aquel enero de 1972 cuando fui padrino de boda y bailé en la discoteca de la Plaza de Cataluña. Siempre lo creímos un político que dominaba los tiempos porque en sus ruedas de prensa solía contestar «ahora no toca». Jordi Pujol luchó contra la dictadura de Franco. Pero aprovechó su responsabilidad en la Generalitat catalana para lucrarse… y destrozar un manojo de claveles, el símbolo de la democracia aquel 1974.

El líder de Vox, la ultraderecha que lidera Santiago Abascal, ha dicho en el Congreso de los Diputados que la II República española fue un régimen criminal. Y en la campaña de las elecciones del 4 de mayo en Madrid Vox ha hecho público un cartel racista en el que dice que un menor extranjero cobra en España «4.700 euros al mes. Tu abuela, 426 euros de pensión».

Hace unos días, cuando se aprobó en el Congreso la Ley de Protección de la Infancia y Adolescencia la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, dijo que «la Iglesia católica ha sido cómplice demasiadas veces» al encubrir violencia sexual contra los niños. Desgraciada información la de la pederastia eclesiástica que ha arrancado las lágrimas del Papa Francisco. Al oír Iglesia católica una parte de los diputados abucheó a la ministra.

De aquel 25 de abril en que los soldados portugueses cambiaron por claveles el poder de Marcelo Caetano sólo se me ha olvidado el nombre de la tapa que nos pusieron en aquel bar de la Avenida de Portugal de Salamanca con la caña o el vino; afortunadamente, no la diferencia entre dictadura y democracia.