La vida local no es para nada, afortunadamente, una reproducción de la serie ‘House of Cards’, que con tanto éxito emite Netflix. No reconozco a Frank Underwood en el escenario político del valle del Guadalquivir. No es posible ni deseable que el poder corrompa la bondad del ser humano, como en su día impostó Margaret Thatcher. Los personajes de la vida real están tan íntimamente ligados a la historia del presente que me produce emoción tocarla con todos los sentidos.

Cuando voy al centro de salud Doctor Juan Trujillo del Río, recuerdo que ese señor fue nuestro médico de cabecera, amable, familiar como lo eran don José Jiménez Molina o don Rafael Alqhai. Cuando visito el instituto Antonio Gala, me parece verlo aquel día que vino para poner su nombre y oírle «Estaban de oro los naranjales, y la mañana, de oro».

Me dicen que quieren cerrar el colegio infantil Vicente Nacarino, pues, me están cerrando el colegio Duque y Flores de nuestra infancia; el mismo que años más tarde fue intitulado con el nombre de mi amigo don Vicente Nacarino, viejo socialista represaliado, hombre afable, a quien sus alumnos le dieron un homenaje, donde yo sin serlo, le pusimos de banda sonora España camisa blanca... y nos fundimos en un abrazo inolvidable.

Unos metros más abajo, he recordado la ladrillera andaluza, que dirigía un buen maestro como don Antonio Carmona Sosa, al que la comunidad escolar quiso tanto, que renombraron el centro Duque de Rivas con el nombre de aquel buen docente. Y por la plaza de San Francisco se levanta una escultura de mi padre espiritual y amigo del alma, el sacerdote don Francisco Moreno Horcas, quien me mira desde el pedestal y yo le hablo desde la tierra.

La intrahistoria de un pueblo está escrita en sus plazas, calles, colegios, rincones, tertulias, sabores, olores y una larga lista de sensaciones diarias que te hacen amar y respetar al prójimo. Mi buen amigo, el sepulturero Eloy, nos conoce a todos.

* Historiador y periodista