Poca mundología hay hoy en ámbitos institucionales que se dicen serios, cuando, para imputar poca educación al compareciente, se alude demasiado a un injusto menosprecio a la taberna. ¡Guarde las formas que no estamos en una taberna! Pues los que así dicen deberían ser más cultos con lo que ella significa porque no hablamos de una discoteca. La taberna no es un sitio masificado de vicios sino un lugar especial donde la sabiduría popular se reúne con motivo del arte, la alegría, la comunicación entre los vecinos o lo que es todavía más respetuoso, con motivo de la soledad que sufren muchas personas. Pero es que, ahondando en el conocimiento callejero, tan ausente en altas esferas, la taberna es mucho más por la verdad que la rodea; en la taberna no hay intereses pecuniarios que terminan haciendo rico a fulanito ni influencias para llegar más lejos o demás falsedades típicas de la erótica del poder. Yo les pediría a sus señorías que bajen del pedestal y pongan los pies en la tierra de la gente. Y ya puestos, les propongo realizar un ejercicio de autocrítica de cómo marchan los dos principales poderes del Estado donde la hipocresía está alcanzando sus más altas cuotas a diferencia de la taberna del barrio que sigue siendo lo que ha sido siempre: un santuario de la verdad del pueblo. Porque una taberna no es un lugar mal educado sino un sitio donde tarde o temprano se cumple con lo apuntado. Y el tabernero o tabernera son personas que además de trabajar más que un mulo, intentan comprender las circunstancias de cada cual, cosa que se está perdiendo en el poder judicial y ejecutivo.

A la tasca acuden nuestros mayores que se regocijan contándose las penalidades que pasan o pasaron en aquella otra España donde terminaba el día a fuerza de pulmón, para, al final, tomarse aquel vaso de vino que sabía a gloria. Es decir, la verdadera taberna, la de la esquina, pequeña y bonita, no es un lugar inculto del que avergonzarse sino una academia de la vida para aprender lo que vale un peine. Con un Consejo General del Poder Judicial que ambiciona mayorías ideológicas y no la aclamación del sabio arbitrio y unos partidos políticos con representación que luchan más por el poder que por acabar con la Pandemia, no creo que estén en posición de dar lecciones educativas a la taberna, aunque en sus partidas de dominó se llamen de tú y no con ese usted por delante que exigen órganos institucionales que más que respeto buscan vasallaje. Vamos, que como siga así la cosa, lo coherente es lo contrario. Es decir, que cuando en una taberna alguien ser crea superior o mienta más que habla, el tabernero le reprima: oye, compórtate, que no estamos en un Parlamento.

*Abogado