Parece que todos los actores y gurús de la economía y la empresa apuntan a que una de las claves de la recuperación económica que nos queda después de la pandemia es el consumo. Todos esperanzan en que la clave es consumir, sobre todo desde el momento en que podamos hacerlo libres del virus. Pero detrás de ese consumo como siempre está el consumidor y como concepto más amplio y complejo las familias que son las que aseguran que aquello que se consuma se haga de una manera racional, eficaz y efectiva. Tal vez aquí convendría recordar la diferencia entre consumo y consumismo. Está claro que el primero pretende cubrir las necesidades y el segundo ya entra en el terreno de los deseos no siempre justificados. Por si miramos lo que sucedió en España en los años anteriores a la crisis comprobaremos que fue exactamente eso. El consumo aumentó, las empresas vendieron bastante, contrataron a más empleados, pagaron más salarios, y todo el mundo era más rico, hasta que estalló la crisis y se vio que el consumo había sido excesivo, el ahorro insuficiente y, sobre todo, las inversiones equivocadas. En aquel momento más de un millón de pisos se quedaron sin vender; aunque esas las inversiones equivocadas también se hicieron en sectores y actividades, que al final debieron recortarse, reciclarse o desaparecer, con grave daño para trabajadores y empresarios. Estamos de acuerdo en que hay que cuidar la capacidad adquisitiva del ciudadano, pero no para que éste consuma más como si esto fuera la fórmula mágica para salir de la crisis. Se trata de tener una economía sana y fuerte con lo que el ahorro sólido y la inversión acertada va más allá que el consumo y/o consumismo. Aunque para perfeccionar esta estrategia los gobernantes deberían bajar los impuestos reducir los obstáculos a empresas y trabajadores.