No es todavía un juguete roto aunque ande, o haya andado, muy cerca de serlo. Miguel Bosé está siendo crucificado por los policías de balcón, por quienes obligados a creer la evidencia no tienen la cintura y la flexibilidad suficiente para aceptar sueños, pesadillas, creencias e interpretaciones como animales de compañía. La semana pasada dejé claro que negacionistas y conspiranoicos me parecen exponentes de lo que el diccionario de la Real Academia define como «trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida», pero puedo estar equivocado, manipulado y ser yo mismo candidato a dicha definición. Tras ver la entrevista de Jordi Évole a Miguel Bosé ya no sé si Bosé es producto de un cerebro perforado, agujereado por la gusanera de los excesos que él mismo confiesa, o es que realmente dispone en su irresistible sonrisa de la certeza de los sueños. De todas formas, lo que sí sabíamos es que Jordi Évole, que no en vano era llamado antes «El Follonero», iba a hacer sangre y consiguió una hemorragia de morbo. Évole nos da lo que le pedimos, no vayamos a ser ahora unos ofendiditos exquisitos de piel fina, Évole sabe que su forma de entrevistar borde y torpe nos gusta.

Creo que en la entrevista del domingo el protagonista no era el cantante sino el periodista, como en todas sus entrevistas. Debe ser que el complejo de algunos bajitos regordetes les hace tener que subirse a la fama de otros para poder lucir y ser vistos. Porque Évole fue incapaz de entrar en las maravillosas ensoñaciones que Bosé entregaba como respuestas, se empeñaba en ir a piñón fijo, de manera recurrente a lo suyo incluso cuando Bosé le explicaba los porqués de sus cambios de puntos de vista, que parecían razonables. Évole fue plano, previsible, tan prosaico como si la entrevista la hubiera hecho cualquier ciudadano con la mollera llena de prejuicios y de información por horas de tele basura. Bosé puede estar tonto, o muy tonto, tener el tabique nasal roído por la coca, o puede hablar como un lunático frenético, pero demostró matices y capacidad de argumentar. Y sonríe mil veces mejor que Évole.

* Escritor @ADiazVillasenor